Algunos ejemplos clarificadores de nuestra función como seres orantes a través de los Padres de la Iglesia son:
Padres orientales
1. San Atanasio de Alejandría (295-373)
Oración a la Virgen
«Oh Virgen, tu gloria supera todas las cosas creadas, ¿qué hay que se pueda semejar a tu nobleza, madre del Verbo de Dios? ¿A quién te comparare, oh Virgen, de entre toda la creación?
Excelsos son los ángeles de Dios y los arcángeles, pero cuantos los superas tu María.
Los ángeles y los arcángeles sirven con temor a aquel que habita en tu seno, y no se atreven a hablarle; tú, sin embargo, hablas con él libremente. Decimos que los querubines son excelsos, pero tú eres mucho más excelsa que ellos; los querubines sostienen el trono de Dios; tú, sin embargo, sostienes a Dios mismo entre tus brazos.
Los serafines están delante de Dios, pero tú estás más presente que ellos; los serafines cubren su cara con las alas no pudiendo contemplar la gloria perfecta; tú, en cambio, no solo contemplas su cara, sino que la acaricias y llenas de leche su boca santa».
2. San Basilio el Grande (329-379)
«El ejercicio de la piedad nutre el alma con pensamientos divinos. ¿Qué cosa más estupenda que imitar en la tierra al coro de los ángeles? Disponerse para la oración con las primeras luces del día, y glorificar al Creador con himnos y alabanzas. Más tarde, cuando el sol luce en lo alto, lleno de esplendor y de luz, acudir al trabajo, mientras la oración nos acompaña a todas partes, condimentando las obras—por decirlo de algún modo—con la sal de las jaculatorias. Así tenemos el ánimo dispuesto para la alegría y la serenidad. La paz es el principio de la purificación del alma, porque ni la lengua parlotea palabras humanas, ni los ojos se detienen morosamente a contemplar los bellos colores y la armonía de los cuerpos, ni el oído distrae la atención del alma en escuchar los cantos compuestos para el placer o palabras de hombres, que es lo que más suele disipar al alma. La mente no se dispersa hacia el mundo exterior. Si no es llevada por los sentidos a derramarse sobre el mundo, se retira dentro de sí misma, y de allí asciende hasta poner el pensamiento en Dios (...). Entonces, libre de preocupaciones terrenas, pone toda su energía en la adquisición de los bienes eternos. ¿Cómo podrían alcanzarse la sabiduría y la fortaleza, la justicia, la prudencia y todas las demás virtudes que señalan al hombre de buena voluntad el modo más conveniente de cumplir cada acto de la vida?
La vía maestra para descubrir nuestro camino es la lectura frecuente de las Escrituras inspiradas por Dios. Allí, en efecto, se hallan todas las normas de conducta. Además, la narración de la vida de los hombres justos, transmitida como imagen viva del modo de cumplir la voluntad de Dios, se nos pone ante los ojos para que imitemos sus buenas acciones. Y así cada uno, considerando aquel aspecto de su carácter que más necesita de mejora, encuentra la medicina capaz de sanar su enfermedad, como en un hospital abierto a todos.
(…) Las oraciones, en fin, además de la lectura, hacen el ánimo más joven y más maduro, ya que le mueven al deseo de poseer a Dios. Es bonita la oración que hace más presente a Dios en el alma. Precisamente en esto consiste la presencia de Dios: en tener a Dios dentro de sí mismo, reforzado por la memoria. De este modo nos convertimos en templo de Dios: cuando la continuidad del recuerdo no se ve interrumpida por preocupaciones terrenas, cuando la mente no es turbada por sentimientos fugaces, cuando el que ama al Señor está desprendido de todo y se refugia sólo en Dios, cuando rechaza todo lo que incita al mal y gasta su vida en el cumplimiento de obras virtuosas» (Recogimiento interior, Epístola 11, 2-4).
«Yo sé de muchos que ayunan, hacen oración, gimen y suspiran, practican toda piedad que no suponga gasto, pero no sueltan un duro para los necesitados. Y ¿de qué les va a servir toda esa piedad? ¡No se les admitirá en el reino de los cielos!... En cambio, los que discurren sensatamente habrán de pensar que las riquezas nos han sido dadas para administrarlas, no para gastarlas en placeres; y, caso de desprenderse de ellas, habrán de alegrarse como quien devuelve lo ajeno, no irritarse como aquel a quien se priva de un bien propio. ¿Por qué, pues, te entristeces y te abate la pena cuando oyes decir: “vende cuanto tienes”?» (PG 31,280 A ss).
3. San Gregorio de Nisa (335-394)
«Para ascender hacia Dios el hombre debe purificarse: “El camino que lleva la naturaleza humana al cielo no es sino el alejamiento de los males de este mundo. (…) Hacerse semejante a Dios significa llegar a ser justo, santo y bueno. (…) Por tanto, si, según el Eclesiastés (Qo 5, 1), “Dios está en el cielo” y si, según el profeta (Sal 72, 28), vosotros “estáis con Dios”, se sigue necesariamente que debéis estar donde se encuentra Dios, pues estáis unidos a él. Dado que él os ha ordenado que, cuando oréis, llaméis a Dios Padre, os dice que os asemejéis a vuestro Padre celestial, con una vida digna de Dios, como el Señor nos ordena con más claridad en otra ocasión, cuando dice: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48)» (De oratione dominica 2: PG 44, 1145 ac).
«En este camino de ascenso espiritual, Cristo es el modelo y el maestro, que nos permite ver la bella imagen de Dios (cf. De perfectione christiana: PG 46, 272 a). Cada uno de nosotros, contemplándolo a él, se convierte en “el pintor de su propia vida”; su voluntad es la que realiza el trabajo, y las virtudes son como las pinturas de las que se sirve (ib.: PG 46, 272 b). Por tanto, si el hombre es considerado digno del nombre de Cristo, ¿cómo debe comportarse?: “(debe) examinar siempre interiormente sus pensamientos, sus palabras y sus acciones, para ver si están dirigidos a Cristo o si se alejan de él”» (ib.: PG 46, 284 c).
4. San Juan Crisóstomo (344-407)
«Nada hay mejor que la oración y coloquio con Dios…. Me refiero, claro está, a aquella oración que no se hace por rutina, sino de corazón, que no queda circunscrita a unos determinados momentos, sino que se prolonga sin cesar día y noche.
La Oración es la luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Por ella nuestro espíritu, elevado hasta el cielo, abraza a Dios con brazos inefables; por ella nuestro espíritu espera el cumplimiento de sus propios anhelos y recibe unos bienes que superan todo lo natural y visible.
La Oración viene a ser una venerable mensajera nuestra ante Dios, alegra nuestro espíritu, aquieta nuestro ánimo.
la Oración es perfecta cuando reúne la fe y la confesión; el leproso demostró su fe postrándose y confeso su necesidad con sus palabras» (Homilía 6, sobre la Oración).
«La oración es hablar con Dios».
«Yo entiendo por oración no sólo la que está en la boca, sino la que surge del fondo del corazón».
Padres occidentales
1. San Ambrosio de Milán (333-397)
Oración para momentos difíciles
«Oh mi piadoso Señor Jesucristo, yo pecador, sin presumir de mis méritos, sino confiado en tu bondad y misericordia, temo y vacilo al acercarme a la mesa de tu dulcísimo convite, pues tengo el cuerpo y el alma manchado por muchos pecados, y no he guardado con prudencia mis pensamientos y mi lengua, por eso oh Dios bondadoso, oh tremenda majestad, yo, que soy un miserable lleno de angustias, acudo a ti, fuente de misericordia; a ti voy para que me sanes, bajo tu protección me pongo, y confió tener como salvador a quien no me atrevería a mirar como juez. A ti Señor muestro mis heridas y presento mis flaquezas, sé que mis pecados son muchos y grandes, y me causan temor, más espero en tu infinita misericordia. Oh Señor Jesucristo, Rey eterno, Dios y hombre, clavado en la cruz por los hombres; mírame con tus ojos misericordiosos, oye a quien en ti espera; Tu que eres fuente inagotable de perdón ten piedad de mis miserias y pecados. Salve, víctima de salvación inmolada por mí y por todos los hombres en el patíbulo de la cruz. Salve, noble y Preciosa Sangre, que sales de las llagas de mi Señor, de esta criatura tuya redimida por tu sangre».
2. San Agustín de Hipona (354-430)
- Diez frases de san Agustín
1. «Vuelve a tu corazón (…) Ea, vuelve a tu corazón (redi ad cor tuum). Estás bajo Dios; a él has de rogar (…) ¡Ea, atiende a tu corazón! (attende cor tuum) ¡Mira a tu Señor!» (Sermo 15,7).
2. «La oración que sale con toda pureza de lo íntimo de la fe se eleva como el incienso del altar sagrado. Ningún otro aroma es más agradable a Dios que este; este aroma debe ser ofrecido a él por los creyentes» (Sermón 105,3, Sobre el Salmo 104).
3. «Si la fe falta, la oración es imposible. Luego, cuando oramos, creemos y oramos para que no falte la fe. La fe produce la oración, y la oración produce a su vez la firmeza de la fe» (Sermón 105,4, Sobre el Salmo 104).
4. «Lejos de la oración las muchas palabras; pero no falte la oración continuada, si la intención persevera fervorosa» (Carta 130, a Proba, 8).
5. «Pon tu deseo en su presencia, y el Padre, que ve en lo oculto, te lo concederá. Tu deseo es tu oración (…). Y en tu presencia está todo mi deseo. ¿Y qué pasaría si el deseo está en su presencia, pero no el gemido? ¿Y cómo podrá suceder esto, cuando la voz del deseo es el gemido? (…). Si permanece [en el corazón] el deseo, permanece el gemido; no siempre llega a los oídos humanos, pero nunca se aparta de los oídos de Dios» (Enarratio in Psalmun 37,14).
6. «Tu deseo es tu oración, y si continuo es tu deseo, continua es tu oración. No en vano dijo el Apóstol: Orad sin interrupción (1 Ts 5, 17). Pero ¿acaso nos estamos arrodillando, o postrando o levantando las manos, para cumplir su mandato: Orad sin interrupción? Porque si decimos que nuestra oración es así, creo que no la podemos hacer sin interrupción. Pero hay otra oración interior no interrumpida, que es el deseo. Hagas lo que hagas, si estás deseando aquel sábado, no interrumpes tu oración. Si no quieres interrumpir la oración, no interrumpas tu deseo. Tu deseo continuado es tu voz continuada» (Enarratio in Psalmun 37,14).
7. «Mas quien pida al Señor aquella única cosa mencionada y la busque (Sal 26, 4), pide con certidumbre y seguridad; no teme que haya obstáculo para recibir, pues sin ella de nada le servirá cualquiera otra cosa que pida como conviene. Ella es la única y sola vida bienaventurada: contemplar el deleite del Señor para siempre, dotados de la inmortalidad e incorruptibilidad del cuerpo y del espíritu. Por sola ella se piden, y se piden convenientemente, las demás cosas. Quien ésta tuviere, tiene cuanto quiere; ni podrá allí querer algo que no convenga» (Epistula 130, 14,27).
8. «La vida entera del buen cristiano es un santo deseo. Lo que deseas aún no lo ves, pero deseándolo te capacitas para que, cuando llegue lo que has de ver, te llenes de ello. Es como si quieres llenar una cavidad, conociendo el volumen de lo que se va a dar; extiendes la cavidad del saco, del pellejo o de cualquier otro recipiente; sabes la cantidad que has de introducir y ves que la cavidad es limitada. Extendiéndola aumentas su capacidad. De igual manera, Dios, difiriendo el dártelo, extiende tu deseo, con el deseo extiende tu espíritu y extendiéndolo lo hace más capaz. Deseemos, pues, hermanos, porque seremos llenados (…). Ésta es nuestra vida: ejercitarnos mediante el deseo» (In Iohannis epistulam ad Parthos tractatus, 4, 6).
9. La oración es «la conversión de la mente a Dios, con piadoso y humilde afecto».
10. «Tu oración es una conversación con Dios. Cuando lees, Dios te habla a ti; cuando tú oras, hablas a Dios».
3. Jerónimo de Estridón (342-420)
- Nueve frases de san Jerónimo
1. «Si rezas, eres tú el que hablas al Esposo; si lees, es el Esposo el que te habla (Epist. 22, 25. PL 22, 41 1).
2. «Cumplo con mi deber, obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice: Estudiad las Escrituras, y también: Buscad, y encontraréis, para que no tenga que decirme, como a los judíos: Estáis equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios. Pues, si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo» (Del prólogo del comentario sobre el libro del profeta Isaías, n. 1).
3. «Tratemos de aprender en la tierra las verdades cuya consistencia permanecerá también en el cielo» (Ep 53, 10).
4. «¿No te parece que, ya aquí, en la tierra, estamos en el reino de los cielos cuando vivimos entre estos textos, cuando meditamos en ellos, cuando no conocemos ni buscamos nada más?» (Ep. 53, 10).
5. «¿Cómo es posible vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través de las cuales se aprende a conocer a Cristo mismo, que es la vida de los creyentes?» (Ep. 30, 7).
6. «Lee con mucha frecuencia las divinas Escrituras; más aún, que el Libro santo no se caiga nunca de tus manos. Aprende en él lo que tienes que enseñar» (Ep. 52, 7).
7. «Ama la sagrada Escritura, y la sabiduría te amará; ámala tiernamente, y te custodiará; hónrala y recibirás sus caricias. Que sea para ti como tus collares y tus pendientes» (Ep. 130, 20).
8. «Ama la ciencia de la Escritura, y no amarás los vicios de la carne» (Ep. 125, 11).
9. «El verdadero templo de Cristo es el alma del fiel: adorna este santuario, embellécelo, deposita en él tus ofrendas y recibe a Cristo. ¿Qué sentido tiene decorar las paredes con piedras preciosas, si Cristo muere de hambre en la persona de un pobre?» (Ep. 58, 7).
4. Gregorio Magno (540-604)
- Diez frases de la vida espiritual
1. «Ante los hombres es virtud tener enemigos, pero ante Dios, virtud es amarlos».
2. «Es mejor desembocar en un escándalo al decir la verdad, que dejar la misma verdad abandonada e indefensa».
3. «De la envidia, nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría provocada por la desgracia ajena y el disgusto provocado por su prosperidad».
4. «Los que aquí en la tierra son afligidos por la verdad, allá en el Cielo se saciarán de verdadera dulzura».
5. «Muchos enseñan lo que adquirieron con el estudio, no con la conducta, y por eso lo que predican con la palabra lo destruyen con su forma de vida».
6. «Así como de la piedra fría, cortada por el martillo, brotan chispas, de la palabra divina, por inspiración del Espíritu Santo, brota fuego».
7. «El camino es estrecho y difícil para los que lo andan tristes y con lástima de sí mismos; pero es amplio y fácil para quien camina con amor».
8. «A los ojos de Dios, el deseo tiene el mismo valor que el trabajo, cuando su ejecución no depende de nuestra voluntad».
9. «Todos los santos fueron mártires o por la espada o por la paciencia».
10. «De la misma manera que una palabra desconsiderada conduce al error, el silencio inoportuno deja en el error a quienes podría instruir».
- Las nueve oraciones de san Gregorio
1. Señor mío Jesucristo, te adoro colgado de la Santa Cruz, coronada de espinas tu Cabeza. Te ruego que Tu Santísima Cruz me libre del ángel malo. Amén Jesús.
2. Oh Señor mío Jesucristo, te adoro en la Cruz herido y llagado, bebiendo hiel y vinagre. Te ruego que la lanza de Tu Santísimo Costado sea remedio para mi alma. Amén Jesús.
3. Oh Señor mío Jesucristo, por aquella amargura, que por mí, miserable pecador, sufriste en la Cruz, principalmente en aquella hora, cuando tu Alma santísima salió de tu bendito cuerpo, te ruego Señor, que tengas misericordia de mi alma cuando salga de esta vida mortal; la perdones y la encamines a la Vida Eterna. Amén Jesús.
4. Oh Señor mío Jesucristo, yo te adoro depositado en el Santo Sepulcro, ungido con mirra y ungüentos fragantes. Te ruego Señor, que tu muerte sea remedio para mi alma. Amén Jesús.
5. Oh Señor mío Jesucristo, yo te adoro y considerando aquel tiempo cuando descendiste a los infiernos y de allí sacaste y pusiste en libertad en los cielos a los que allí estaban cautivos, te ruego Señor que tengas misericordia de mí. Amén Jesús.
6. Oh Señor mío Jesucristo, que estás sentado a la derecha del Padre Eterno, yo te adoro por tu santa resurrección de entre los muertos y Ascensión a los Cielos. Te ruego Señor que yo te pueda seguir y mi alma pueda ser presentada delante de la Santísimas Trinidad. Amén Jesús.
7. Oh Señor mío Jesucristo, Pastor bueno, conserva y guarda a los justos, justifica y perdona a los pecadores, ten misericordia de todos los fieles y acuérdate de mí, triste y miserable pecador. Amén Jesús.
8. Oh Señor mío Jesucristo, yo te adoro y contemplando que el día del Juicio vendrás a juzgar a los vivos y a los muertos y a los buenos darás gloria y a los malos condenación eterna. Te ruego Señor, por tu Santa Pasión, nos libres de las penas del Infierno, nos perdones y nos lleves a la Vida Eterna. Amén Jesús.
9. Oh amantísimo Padre, yo te ofrezco la inocente muerte de Tu Hijo y el amor tan firme de Su Corazón por toda la culpa y pena que yo miserable pecador merezco, y todos los pecadores: por aquellos enormes y gravísimos pecados míos y por todos mis prójimos y amigos vivos y difuntos. Te ruego tengas misericordia de nosotros. Amén Jesús.