La Escuela de Oración y Vida Espiritual (EOVE) entronca sus raíces en la tradición cristiana católica y se nutre de las mas altas cotas de ascética y mística cristiana, no ha establecido un método uniforme, para la consecución de sus fines espirituales. No podemos hablar por tanto, de una espiritualidad específicamente de la EOVE puesto que la intención original es la difución del enorme patrimonio espiritual de la Iglesia Católica.
La EOVE tiene como fin principal la contemplación y meditación de la fe. Es decir vivir la plenitud del amor de Dios. Vivir tan continuamente como sea posible a la luz del amor de Dios hacia nosotros, manifestado en Cristo, por el Espíritu Santo. Vivir de Dios, en Dios y para Dios.
Cualquier otra finalidad secundaria esta excluida.
Para poder conseguirlo nuestro corazón no tiene otra vía mas que la de hacerse y ser limpio, puro; lleno de amor, de caridad…
Es un camino largo y duro, pero que se torna suave y hermoso por la gracia del Espíritu y nos conduce a la Plenitud.
En este caminar, que nos transporta a la unión personal e íntima con Dios, la EOVE tiene libertad plena, con la guía espiritual de la Iglesia Católica, para seguir el camino que crea mas directo y que mejor se adapta a su propio carácter. En la soledad y silencio de nuestra vida, buscamos lo único necesario: Dios.
Como resultado de este sumergirse en el amor de Dios que es la contemplación, el seguidor de la EOVE se reviste y se transfigura en Jesucristo y a través de su Humanidad, de su Corazón, vive en la profunda intimidad de la familia de Dios – que es el Amor mas grande-. Se logra así el reposo contemplativo: libertad, paz, alegría.
Pero para llegar a ese reposo contemplativo, a esa serenidad de espíritu, que nos conduce a la unión con Dios, es necesario orientar nuestra vida, encaminar nuestros pasos a ese fin. Para ello, los seguidores de la EOVE, nos valemos, del seguimiento de la pobreza, la castidad, la obediencia, la accesis, la humildad, la oración , la escucha de la Palabra, el trabajo…; todo ello lo realizamos dentro de nuestra propia vida, que nos hace ser "ciudadanos del cielo" aquí en la tierra, viviendo en comunidad y sociedad abierta; y tener como valores muy queridos, y específicos de la oración, la paz y el silencio interior, y la caridad.
La EOVE tiene a Jesucristo como su centro y su guía. «En Jesucristo tenemos todo lo que somos,… Dios ha hecho de Él nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santidad y nuestra redención». Como Jesús, el seguidor de la EOVE se retira a la soledad del desierto a orar en silencio, de día o de noche, para encontrarse con el Padre.
La soledad es el medio más excelente para llegar a la más íntima unión con Dios y, a través de Él, con todos los hombres; sin excluir la vida en comunidad ni la oración comunitaria. La EOVE no se evade del mundo, al retirarse de él, se hace solitario porque quiere ser solidario, porque quiere glorificar a Dios de la mejor manera posible: teniéndole en el corazón. Quiere ante todo adorarle, alabarle, contemplarle, darle gracias, dejarse seducir por Él, entregarse a Él en nombre de todos los hombres; cumplir en una palabra, la misión que le ha encargado la Iglesia: ser un alma en continua oración rezando en nombre de toda la humanidad. Su vida se hace ofrenda gratuita, solidaria y permanente a Dios por la salvación del mundo y la santificación de la Iglesia.
Las características propias de sus frutos son:
La simplicidad.
Todo gira en torno a lo único necesario: Dios. El espíritu de simplicidad puede entenderse como el sentido de unidad y de ausencia de complicación en un alma enteramente dedicada a Dios. Todo estriba en reducirlo todo al que es Uno, que es Dios.
Amor a la naturaleza.
Por el contacto directo con la obra de Dios, experimenta la alegría cósmica de todas las criaturas que contempla: arboles, plantas, flores, pájaros, montañas, insectos, el agua de los torrentes, los bosques, el firmamento, … Naturaleza toda, reflejo de la belleza de Dios y de sus perfecciones…Todo invita a dar gracias a Dios al contemplarla.
Admiración por la Belleza.
Extasiado al contemplar, la gracia y la alegría de la creación, sale espontáneamente un himno de alabanza al Creador . Por ello, en las primeras horas del día, en las horas litúrgicas, en cualquier momento, orando, cantando, salmodiando… glorifica y da gracias a Dios por la magnificencia de su obra, así como por el amor de predilección que Dios ha tenido para con el, ya que le hace ser alabanza de su gloria.
Fraternidad.
Vivimos como seres humanos amadísimos por Dios e irrepetibles, separados del mundo pero en solidaridad con toda la humanidad y vinculados con lazos de cordial fraternidad con el resto de la comunidad, como es voluntad del Padre.
Revisión de uno mismo y exigencia de superación.
Busca siempre la perfección, mira como puedes mejorar y que más puedes hacer. Buena parte de tus pensamientos tienden a interrogarse, a interpelarse; sólo después de haber reflexionado, puedes exigir a los demás y siempre, revestido de misericordia, no juzgando nunca, sino perdonando siempre.
Búsqueda de la pureza para ver a Dios.
La vida anónima, austera y pobre en el desierto, permite ofrecer a Dios la alegre penitencia y conseguir la conversión al amor misericordioso y entrañable del Padre.
Nostalgia de Dios.
Nos sentimos exiliados en Dios, y estamos siempre en actitud vigilante a la espera del encuentro de aquel que nos ha llamado al desierto para hablarnos en el corazón. La vida transcurre en un dialogo de amor en la intimidad, escondidos con Cristo en Dios.
Cristo en el centro del plan de Dios.
El Verbo se ha hecho hombre para que el hombre llegue a ser Dios. Todo se resume en este plan admirable de Dios sobre el mundo y los hombres. Dios no condena nunca sino que salva por su Hijo.
Paz y alegría.
Son los frutos de la presencia del Espíritu en el corazón, frutos que la EOVE quiere compartir con todos. Constituyen la actitud mas característica, que se experimenta , donde te sientes estimado por Dios y por los hermanos que forman una misma familia. Son el fruto de la reconciliación con el Padre y con los hermanos.
¡Oh Bondad! Era la expresión de alegría de san Bruno por la infinita misericordia de Dios.
No nos consideramos ni héroes ni santos por nuestra vida, por nuestros méritos, somos conscientes de la gracia que Dios nos ha dado señalándonos nuestra vocación, el camino del desierto …«No sois vosotros los que me escogisteis. Soy yo el que os he escogido» (Jn 15,16) y, de que el Padre, «nos ha elegido en Cristo … antes de crear el mundo,… para que fuésemos santos, irreprensibles a sus ojos. Por amor nos destinó a ser hijos suyos por Jesucristo…» (Ef 1,3-6)..
Ante tanta gracia, ante tanta caridad, ante tanto amor, a pesar de nuestras faltas y debilidades, no podemos hacer otra cosa sino adorar, glorificar, dar gracias a Dios y pedirle que la humanidad entera abra su corazón a su amor para que pueda gozar de Él.
Y, al leer a San Pablo, «¿No sabéis que sois un templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? …(Lc 3,16) «¿No sabéis que vuestros cuerpos son el santuario del Espíritu Santo que habéis recibido de Dios y que reside en vosotros? …Glorificad a Dios en vuestro cuerpo» (Lc 6 19-20) ¿cómo no temblar de alegría?
¿Cómo no amar a nuestros semejantes, templos vivos, como nosotros, del Espíritu Santo, y desear para ellos lo mejor?
Y, ante la promesa de Jesús…«Al que me ama, mi Padre le amará, e iremos a él y habitaremos en él». (Jn 14,23) ¿cómo no amarle y sentir en nosotros su promesa?
Ante su infinito amor por nosotros, ¿Cómo no olvidarnos de nuestras necesidades terrenales y no desear mas que a Dios?
«Como busca la cierva corrientes de agua viva,
así mi alma te busca a ti,
Dios mio.
Mi alma tiene sed de Dios,
De Dios que és mi vida (Sal 41,1-2)
¿Cómo no, como un niño ante un Padre que nos ama, no clamar «¡Abba, Papá … Padre !» y confiarnos y abandonarnos enterament en Él, por el Hijo, con el amor del Espíritu Santo?
¿Cómo, anonadados ante su grandeza, ante la maravilla de su creación, no exclamar, sin cesar?
Santo, Santo, Santo,…
Te alabamos – te bendecimos,
Te adoramos – te glorificamos,
Te damos gracias, por tu inmensa gloria
Y, ante su divina misericordia, maravillados y llenos de alegría, como nuestro padre San Bruno, ¿Cómo, en silencio, en nuestro corazón, no decir una y mil veces,?
¡Oh Bondad ! , ¡Oh, Bondad !, ….