La llamada a la oración en el AT y en el NT

La llamada a la oración en el AT y en el NT

Para orar con la Palabra de Dios lo primero abrir el corazón, pedir al Espíritu Santo que nos conceda la gracia de la sabiduría,

para entender y saber qué es lo que nos quiere transmitir por medio de ella. Dios nos habla siempre y nosotros tenemos que saber escuchar, sabiendo silenciar los ruidos de nuestro interior y en el silencio, oiremos su voz.

Con una postura relajada, con humildad, abramos los oídos, el corazón y todo nuestro ser a su Palabra para que sea el Espíritu quien actúe en nosotros a través de ella.

1. Orar con el Antiguo Testamento

«Ana oró, diciendo: “Mi corazón se regocija en el Señor, mi poder se exalta por Dios. Mi boca se ríe de mis enemigos, porque gozo con tu salvación. No hay santo como el Señor, ni otro fuera de ti, ni roca como nuestro Dios”» (1 Sam 2,1-2).

Oremos con Tobit: «Con el alma llena de tristeza, entre gemidos y sollozos, recité esta plegaria: ”Eres justo, Señor, y justas son tus obras; siempre actúas con misericordia y fidelidad, tú eres juez del universo. Acuérdate, Señor, de mí y mírame; no me castigues por los pecados y errores que yo y mis padres hemos cometido. Hemos pecado en tu presencia”» (Tob 3,1-3).

«Entonces Ragüel dio gracias al Dios del cielo: “Bendito seas, Dios, con toda verdad. Que te bendigan todos los siglos. Bendito seas por el gozo que me das: no ha pasado lo que me temía, y nos has mostrado tu gran misericordia”» (Tob 8,15-16).

«Hijo mío, no olvides mi enseñanza, guarda en el corazón mis preceptos, pues te traerán largos días, años de vida y prosperidad. Que no te dejen la bondad y la lealtad, llévalas colgadas al cuello, grábalas bien en el corazón: alcanzarás favor y aceptación lo mismo ante Dios que ante los hombres. Confía en el Señor con toda el alma, no te fíes de tu propia inteligencia; cuenta con él cuando actúes, y él te facilitará las cosas; no te las des de sabio, teme al Señor y evita el mal: será salud para tu cuerpo, medicina para tus huesos» (Prov 3,1-8). 

 «Entonces escuché la voz del Señor, que decía: “¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?”. Contesté: “Aquí estoy, mándame”» (Is 6,8).

«Señor, Dios mío, a ti me acojo, líbrame de mis perseguidores y sálvame; que no me atrapen como leones y me desgarren sin remedio» (Sal 7,2-3).  

«Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño: emane de ti la sentencia, miren tus ojos la rectitud. Aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche; aunque me pruebes al fuego, no encontrarás malicia en mí» (Sal 17,1-3).

«¿Quién pondrá una custodia a mi boca y un sello de prudencia en mis labios, para que yo no caiga por causa suya, y mi lengua no me pierda?  ¡Oh Señor, padre y dueño de mi vida, no me abandones a su capricho, y no me dejes caer por su culpa! ¿Quién aplicará el látigo a mis pensamientos, y a mi corazón la disciplina de la sabiduría,  para que no queden impunes mis faltas, ni se pasen por alto mis pecados?» (Si 22,27; 23,1-2).


2. Orar con el Nuevo Testamento

«Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis» (Mt 6,5-8).

«Vosotros orad así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”» (Mt 6,9-13).

«Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden!» (Mt 7,7-11)

«Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú”» (Mt 26,38-39).

«Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis. Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas» (Mc 11,24-25).

«Les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer» (Lc 18,1).

«Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14,13-14).

«Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos» (Jn 15,7-8).

«Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios» (Rom 8,26-27).

«Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia, y suplicando por todos los santos» (Ef 6,18). 

«Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros» (1 Tes 5,16-18).

Y así, podríamos seguir buscando oraciones o Sagrada Escritura que impulsa a la oración y encontrando siempre la respuesta necesaria, porque así es nuestro Padre del Cielo que por su misericordia por medio de su Hijo y la gracia del Espíritu Santo nunca nos encontraremos solos, ni olvidados.

 

Related Articles