Tres son las fases del proceso en la oración:
1. Centrarse en sí mismo: «ensimismamiento»
Para orar hay que estar dentro; y hoy se nos invita a vivir fuera: móvil, televisión, internet, prisas, velocidad, medios de comunicación, etc.
Esto lleva a un empobrecimiento de nuestra interioridad, de nuestro ser profundo. La oración es cosa del corazón, de lo profundo del ser. Por eso, el ensimismamiento lo entendemos como:
- Interiorización. La vida necesita unificación que se da a través del afecto, de sentir y gustar las cosas interiormente. La oración es camino de integración, de unificación, de armonización y de aceptación personal. Lo que nos puede comprometer son los afectos, lo profundo del ser.
- Silencio. San Francisco de Sales decía: «El ruido exterior hace daño y el interior más aún». Se crece en el despojo, en el desprendimiento, haciendo vacío de nuestro ego, de nuestras cosas. En el desprendimiento de lo nuestro, el crecimiento y la maduración alcanzan su plenitud. Podríamos decir que el silencio es un desprendimiento, que el silencio nos hace crecer, madurar, avanzar. Detrás de ese vaciamiento y desprendimiento que es el silencio, está Dios.
- Soledad. El filósofo Zubiri decía: «La soledad es estar cerca del otro». En la soledad las cosas y las personas se hacen más cercanas. En la soledad se despierta la capacidad de estar atentos: «Dios habla en la brisa» (cf 1 Re 19,9-13). Al centrarnos en nosotros mismos estamos más vigilantes y más atentos para permanecer en el amor.
2. Descentrarse: entrega en el amor
La oración es un salir de nosotros mismos: «El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo… » (Lc 9,23). No hay mayor renuncia que la oración. La oración nos hace reconocernos pobres. Las horas de oración son ineficaces, pues no dan respuestas inmediatas a las preguntas que nos hemos formulado. La oración es amar a Dios gratuitamente. El niño ama porque le aman. El adulto ama porque tiene necesidad de amar. Jesús ama hasta el extremo. La oración nos enseña a amar al estilo de Jesús.
3. Sobrecentrarse: adoración
El reconocimiento de Dios y la apertura a Él nos lleva a la adoración. Sólo cuando uno está abierto a la escucha y el corazón se pone en sintonía con el corazón de Dios, la oración se hace posible.