El amor cristiano es amor fraterno

El amor cristiano es amor fraterno

La fraternidad comienza a nacer en la conversión del corazón que siempre ha de estar actualizándose en mil gestos de amor lo que ya sentimos y creemos. Estas relaciones humanas de fraternidad tienen como fuente la experiencia interior del amor fuerte y tierno de Dios. Para vivir la fraternidad es preciso «sentir» el rescoldo interior del amor, pero no cualquier amor sino el «amor de Dios»: «El amor de Dios ha sido derramado en vuestros corazones con el Espíritu que se os ha dado» (Rom 5,5).

El mensaje cristiano es un mensaje de fraternidad que tiene como fuente nuestra filiación divina. Si todos tenemos un Padre común todos somos hermanos, todos los hombres y mujeres son hermanos, por lo que el valor fundamental en la vida es la relación de amor. Somos hermanos por serlo de Cristo, es nuestra relación con Cristo la que proporciona la relación filial con el Padre. Carlos de Foucauld llama a Jesús nuestro «Hermano Mayor». 

Si el amor es lo fundamental de la vida, también los «enemigos» se benefician. La gracia es universal, católica, para todos, creyentes o no creyente, bautizados o no bautizados: «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.  Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial» (Mt 5,43-45). Lo que cambia las relaciones de los hombres es la revelación que hace Jesús de que Dios es Padre de todos. De nuevo la filiación es a través de Cristo, por tanto, los que no sostienen esta relación de comunión fraternal con Cristo, la relación es creacional. De hecho quienes no mantienen la gracia de Cristo, los que la rechazan no gozarán del Reino. Con ello queda introducido un nuevo estilo de vida que hunde sus raíces en la experiencia y el conocimiento de Dios que Jesús de Nazaret tiene. En el bautismo recuperamos la dignidad de hijos de Dios y nos hacemos todos «hermanos en Cristo».

Los hijos de Dios, seguidores de Jesús, son toda aquella gente que, al acoger la Buena Nueva del Evangelio y dar respuesta libremente a sus propuestas, son llamados a convertir en realidad una comunión fraterna profunda y amplia que se expresa en signos de amor.

La revelación de que Dios es Padre, reclama una fe vivida en esperanza y amor, pero también fortaleza para afrontar las dificultades y contrariedades que toda relación fraternal profunda comporta. Parece como si Dios nos preguntara en todo instante «¿Dónde está tu hermano?» (Gén 4,9). Como una cuestión fundamental para habitar en el mundo. «¿Dónde está tu hermano?»,  el de cerca y el de lejos. Tanto san Agustín como santo Tomás indican que debe haber un orden a la atención del prójimo puesto que no tenemos la capacidad de Dios para amar y nuestros recursos son limitados: primero los más cercanos, después los que se van alejando, llegando a afirmar santo Tomás que al extranjero solo había que socorrerle en el caso de necesidad. La fraternidad nos exige un trabajo intenso de conversión. En el camino de la fraternidad cristiana no es posible una separación entre los sentimientos y las obras.  Los sentimientos no pueden prescindir de las obras, pues sería caer en el sentimentalismo y la esterilidad. Los sentimientos residen en el corazón, pero el corazón sin obras es esterilidad, cuando estamos llamados a la fecundidad.  Al mismo tiempo ¿qué serían las obras sin corazón?  En la fraternidad cristiana las obras van ungidas con sentimientos de amor que brotan del corazón. 

A la pregunta «¿qué haces por tu hermano?»,  deberías responder: «Darle mi amor porque yo soy amor».  Quien se identifica con Cristo es amor porque Cristo es amor. El amor a Dios y al prójimo, pero al estilo de Jesús, pertenece a la identidad cristiana. 

La fraternidad comienza a nacer en la conversión del corazón que actualiza en mil gestos de amor lo que ya sentimos y creemos.  Estas relaciones humanas de fraternidad tienen como fuente la experiencia interior del amor fuerte y tierno de Dios.  Para vivir la fraternidad del Reino es preciso «sentir y experimentar» el rescoldo interior del amor, un amor que nunca se apaga. Es un fuego de amor alentado por el Espíritu. La oración es el soplo de Dios sobre el fuego de amor que llevamos dentro de nosotros, y es el espíritu quien alimenta nuestra llama de amor.

Gandhi llegó a decir: «Tengo por hermano al mundo entero».  Ésta es la conciencia a la que estamos llamados a tener todos los cristianos, sin discriminación y sin acepción de personas. Pero para llegar a esto estamos llamados a amar a todos, hasta dar la vida por todos, pero no tenemos más hermanos que en nuestro Señor Jesucristo. De aquí la importancia de la Evangelización, que toda la humanidad sea hermanos en Cristo.

El amor fraterno es el nuevo precepto que nos da Jesús: «Os doy un manda¬miento nuevo: que os améis los unos a los otros.  Que como yo os he amado, así os améis también los unos a los otros.  En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13,34-35).

Pero ¿cómo llegar a hacerlo?  Dejemos que el Espíritu avive el fuego de su amor en nuestro corazón y dejémonos llevar. La fraternidad es un amor comprometido: «Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4,20).  La autenticidad del amor a Dios está en el amor al hermano, por eso la fraternidad demanda hacerse pobre, para que Dios se transparente en uno mismo, en los demás y en toda la creación.

La fraternidad cristiana exige ser solidarios, con todas nuestras fuerzas, con aquellas personas que, porque les cuesta aprender a vivir, deterioran su vida y la de los que les rodean.  No se trata solo de dar, o solo recibir, sino que es compartir. Y si todos somos hermanos todos somos de todos.

En la comunidad cristiana se aprende y se educa en este espíritu de fraternidad, donde la comunidad es luz testimonial del amor fraterno que se extiende a esa otra gran comunidad que abarca a toda la tierra.  Espíritu que es estéril si no hay gestos de amor fraterno, comunión y solidaridad. 

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