«Si tú estás volcado en los demás, especialmente en los más necesitados y compartes con ellos lo que tienes, y lo que eres, estás construyendo un mundo fraterno y haciendo que el amor esté presente en el mundo».
La fraternidad cristiana es una llamada a vivir desde el amor. Pero, ¿qué significa amar en la fraternidad? El amor exige una serie de actitudes en las relaciones interpersonales de una comunidad:
1. Amar es respetar
Francisco de Asís dice que «los hermanos deben reverenciarse y honrarse sin murmuración».
El respeto fraterno tiene raíces muy profundas porque el hombre es un misterio por el que todo individuo no es objeto sino persona. El otro es pues un mundo sagrado, templo del Espíritu Santo, y como sagrado no solo merece respeto sino también reverencia.
El respeto fraterno implica dos actitudes:
- Venerar el misterio del hermano como quien venera algo sagrado.
- No meterse en el mundo del otro: no pensar mal, no hablar mal.
La mejor forma es el silencio, en sus dos formas:
- Silencio interior. Es en el corazón donde cada uno ha de silenciar la murmuración y ofrecerla a Jesús como un sacrificio oblativo. No pensar mal, no sentir mal, callar en la intimidad.
- Silencio exterior. Al enterarme del pecado de mi hermano lo guardaré en secreto. La forma de practicar la misericordia es guardando silencio, nunca criticando, pasando el pecado del hermano de boca en boca. La otra forma es haciendo la corrección fraterna.
2. Amar es adaptarse
En la fraternidad aprendemos a adaptarnos unos a otros, sin dominar y sin dejarse dominar. Se trata de dejarnos cuestionar por los hermanos evitando colisiones, y para ello algo debe morir en mí y algo en ti. De esta manera hay armonía y equilibrio en las relaciones fraternas.
El neurótico es el que es incapaz de equilibrarse armoniosamente en la sociedad en que vive. Cuando criticamos todo, nos quejamos de todo, son síntomas de neurosis, así como cuando nos airamos por cualquier contratiempo.
El adaptado es el que ha llegado a la madurez, consigue ser él mismo en medio de individualidades muy diferenciadas, sin entrar por ello en conflicto con los otros. Dios quiere que asumamos nuestra realidad, que la aceptemos, pues Él nos ama en nuestra realidad. Quiere que seamos nosotros, pero con Él. Y eso significa aceptar nuestra realidad con todas sus cualidades y también con toda su miseria y pecado, pero que ayudados por la gracia y poniendo nuestro esfuerzo vamos realizando el proyecto de amor en la llamada a la santidad en nuestra vida.
Toda persona normal necesita ser amada y amar, si se quiere sentir realizada. La madurez está en amar sin preocuparse de ser amado. Y la inmadurez en preocuparse de ser amado sin amar.
3. Amar es perdonar
En las relaciones fraternas se da una mayor o menor capacidad para el perdón. El perdón está en el corazón de toda la comunidad cristiana.
Entre las personas surgen diversas rivalidades que han de ser afrontadas pues son frutos del egoísmo personal. Estas rivalidades adquieren diversas formas:
- El rencor, que es la tendencia a hacer daño y recrearse en ello.
- El odio, que es la inclinación a exterminar al otro. Es el deseo de que el otro no exista.
- La venganza es un ajuste de cuentas, el ojo por ojo y diente por diente.
- El resentimiento, que es una emoción agresiva que nace del hecho de saber que el otro consigue lo que uno no ha podido obtener. El motivo del resentimiento es que yo no tengo lo que él tiene.
- La envidia, que incluye el contenido del resentimiento y, además, encierra la inclinación a vengarse de los que han sido más afortunados que uno, aunque ellos no me hayan hecho ningún daño.
- Los celos, que quieren poseer a la otra persona sólo para sí, al observar que el otro es objeto de gran estimación por parte de los demás.
- La antipatía, que es una tendencia emocional por la que el prójimo es como un polo en el que yo no encuentro resonancia.
Estas emociones negativas están en cada persona en una mezcla combinada, unas con mayor fuerza que otras, a las que el perdón ha de dar una respuesta. La paz no se encuentra hasta que no tomamos la decisión de perdonar. No debemos olvidar las primeras palabras de Jesús Resucitado en el Cenáculo: «Paz a vosotros» (cf Jn 20,19.21.26), llega a repetirlas tres veces a la comunidad reunida. Palabras que resuenan cada día en nuestro corazón como el eco en la montaña.
Existen dos tipos de perdón que provienen del amor afectivo y del amor efectivo. Así como el amor afectivo no es siempre posible pues no podemos dominar nuestros sentimientos, así el perdón efectivo puede ser:
- Perdón intencional o de voluntad. Uno tiene el deseo de perdonar, quisiera arrancar del corazón toda hostilidad, le gustaría recordar a la persona, si no con simpatía, al menos con indiferencia y con esperanza. Este perdón es suficiente para acercarse a los sacramentos.
- Perdón emocional, que no depende de la voluntad. La hostilidad tiene hundidas sus raíces en los instintos. Nosotros no llegamos a tener dominio directo sobre el mundo emocional.
Una forma de perdonar es comprender y para ello es necesario hacer esta reflexión:
- Fuera de casos excepcionales, nadie tiene voluntad de hace mal a otro. Si yo encuentro que él me perjudicó o me ofendió, ¿quién sabe qué le contaron? Cuántas veces sucede que lo que parece orgullo es timidez. Cuánto le gustaría a él ser de otra manera. Si esta persona es «difícil» para mí, más difícil es para ella misma.
- Hay personas que nacieron rencorosas. Los rencorosos no pueden olvidar: después de mucho tiempo lo recuerdan tan vivamente como en el momento que aquello sucedió. Quisieran acabar con aquella memoria dolorosa porque son ellos los que sufren, pero no pueden. Este modo de ser es congénito y pertenece al fondo de la persona. La perseverancia en la relajación y el control mental pueden ayudarlo para aliviar esta forma de ser.
4. Amar es aceptar
Aceptar es admitir con paz que el otro sea tal como es. Es salirse de sí mismo, situarse en el lugar del otro, «dentro de él», para analizarlo «desde» él mismo y no desde mi propia perspectiva. Es abrirse al otro en forma de servicio, atención, estima y estímulo.
5. Amar es comunicarse
Comunicarse es entregar algo que es sustancialmente mío, algo que forma parte esencial de mi ser. El abrirse a los demás fortalece la personalidad y aumenta la capacidad de amor.
6. Amar es acoger
Acoger al otro es permitirle la entrada en mi recinto interior. Cuando la acogida es mutua se produce la comunión, que es un movimiento oscilante de dar y recibir. La acogida ha de ir unida al don de la escucha, sin prejuicios ni falsas imágenes que puedan obstruir la acogida.
7. Amar es dialogar
El impedimento radical y absoluto del diálogo en todos los niveles es el pecado. Por eso la fraternidad cristiana se encontrará en continuo combate contra el pecado. El diálogo exige limpieza de corazón, sinceridad, para poder ver a Dios en el hermano.
Pero el diálogo exige unas condiciones:
- La humildad, siempre que se busca la verdad o se quiere superar un conflicto interpersonal.
- El perdón, pues son las situaciones emocionales las que bloquean la comunicación entre los hermanos.
- Buena voluntad, pensando que también el otro procede con recta intención, y aceptándolo tal como es, sin prejuicios.
- Despertar reverencia respecto al interlocutor, que el otro se sienta apreciado así más fácilmente abrirá las puertas de su interioridad.
- Tener paciencia y perseverancia: «La comunidad debe creer y amar el diálogo porque él desenlaza todos los nudos, disipa todas las suspicacias, abre todas las puertas, soluciona todos los conflictos, madura la persona y la comunidad, es el vínculo de la unida y de la paz, es el alma y la “madre” de la fraternidad».
8. Amar es asumir al hermano difícil
Asumir significa tratar al hermano con comprensión y cariño. El hermano difícil es el hermano enfermo, histérico, frustrado, excéntrico, sádico, inmaduro... Entre los hermanos de una comunidad siempre hay «enfermos» en diferentes grados y diferentes patologías. Todos nosotros somos difíciles en algún momento de nuestra vida.
El ser humano ha nacido para amar y ser amado. Por eso cuando la persona vive una fría soledad interior es fácil que contraiga enfermedades del espíritu. Los hermanos difíciles son así porque se sienten vacíos de afecto fraterno. Llegan a tener la sensación de que nadie los quiere. Por eso sus comportamientos son de protesta, buscando una compensación.
La frustración de no sentirse amado puede ser compensada con la satisfacción de amar. Jesús ama sin que le amen, llega a amar a los que le estaban crucificando. Por eso el camino es: ¿No me aman? Voy a amarlos; ¿No me comprenden? Voy a comprenderlos.
¿Qué podemos hacer con la persona que es difícil?
- Practicar la corrección fraterna con mucho amor y humildad. Pero generalmente el neurótico reacciona agitadamente. Hay que dar tiempo para que la persona piense. El proceso es lento.
- Llevar el asunto al nivel de la fraternidad, en una revisión de vida y aplicando la corrección fraterna según los pasos que indica el Evangelio: «Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano» (Mt 18,15-17).
- El amor que asume al «enfermo» son las dulces manos de la comprensión y del cariño.
- La paciencia, como gesto oblativo de amor a Jesús.
- Ser cariñoso significa se amable y bondadoso, en sentimientos y actitudes. Hay gestos cariñosos sencillos: una sonrisa, una breve visita, echar una mano, una pregunta: «¿cómo te sientes?...».
Dios nos ha elegido para que seamos antorcha encendida, luz de hermanos que resplandecen por su amor. Nuestro Dios desea que seamos reflejo de su comunión trinitaria. Todo esto exige un profundo cambio interior y un profundo cambio comunitario. Si deseamos corresponder al amor del Padre necesitamos la renovación interior día a día siendo hombres y mujeres de comunión que se dejan llevar por el Espíritu. Sin oración no hay espiritualidad y sin espiritualidad no hay Reino de Dios, la humildad es la tierra del Reino para vivir la fraternidad.