La oración como diálogo en el amor

La oración como diálogo en el amor

Para Jesús la oración es muy importante y la propone a sus discípulos: «Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará» (Mt 6,6); «Orad siempre, sin desfallecer» (Lc 18,1).
 
El orante bíblico sabe entrar en diálogo con Dios. La Palabra de Dios es más importante que su propia palabra. Es necesario sumergirse en la Biblia, aprender de los grandes orantes, de las figuras bíblicas que nos han enseñado a orar. En el Antiguo Testamento vemos a Abraham, Moisés, los profetas y en el Nuevo Testamento destacamos la oración de Jesús, de María y la primitiva Iglesia cristiana. La Biblia es una escuela de oración, un manual para aprender a orar, a entrar en un diálogo de amor con Dios.
 
«Los humildes y los pobres buscan agua, pero no hay nada» (Is 41,17).  Buscan quien les enseñe el camino de la oración, pero no hay nada. «Y  cuanto menos  se cuenta con los  recursos  interiores, tanto  mayor  parece  la  desconocida  causa  que  produce el  tormento» (Sab 17,13).  La oración es uno de esos recursos interiores  para dejar de sufrir, porque en Dios el sufrimiento es transformado.
 
El mundo sufre, hay hambre y sed de Dios, pero el mundo sigue sufriendo, porque hacen falta quienes muestren el camino. Jesús mostró el camino del amor, pero muchos lo han perdido porque han perdido la interioridad.
 
Las palabras de Dios a Jerusalén por boca del profeta Isaías son hoy palabras de Dios a su Iglesia: «En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido...  Porque los montes se correrán y las colinas se moverán,  más  mi  amor de tu lado no se apartará» (cf Is 54,8-10). Dios nos ama con un amor eterno, con un amor que nunca se aparta de nosotros.
 
Y también Dios hablará por boca del profeta Oseas: «Mi corazón está en mí trastornado, y a la vez se me estremecen mis entrañas» (Os 11,8). Dios está enloquecido de amor por el hombre. Tanto amor nos  tiene que entregó a su propio Hijo. El amor inmenso de Dios baña a toda la tierra. El amor de Dios llega a todos. Dios no pone condiciones.
 
El profeta Jeremías dirá: «Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía» (Jer 20,9). La oración es un diálogo que tiene su fuente en el amor. El amor de Dios atraviesa al orante y el orante siente como un fuego ardiente que quiere fundirse con el corazón de Dios y quiere abrazar a todos los hermanos.  El amor del orante se hace expansivo y sin condiciones: «Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). El amor pasional, el amor de enamorados, hace arder los corazones para que se realice el encuentro.  No hace falta palabras porque el diálogo más puro es solo encuentro de amor.
 
La oración desde el amor se hace sintiéndonos hijos de Dios nuestro Padre, sintiéndonos hermano de nuestro Hermano Jesús, sintiéndonos  espíritu  en  el  Espíritu, para orar «en espíritu y verdad» (cf  Jn 4,23). Y oramos sintiéndonos hijos queridos de  María, nuestra Madre que nos acompaña en ese amor trinitario.

 

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