Enseñanzas sobre la oración y la vida espiritual en los santos

Enseñanzas sobre la oración y la vida espiritual en los santos

Los santos son el canon a seguir, ejemplos de la vida que un cristiano debe seguir para alcanzar la gloria.
 
1. San Tertuliano (160-220)
 
«Y así, hermanos benditos, consideremos su sabiduría celestial, en primer lugar respeto al precepto de orar en secreto, mediante lo cual, Él demandó la fe para creer que es visto y oído por Dios Todopoderoso hasta cuando el hombre está dentro de la casa y fuera de la vista; y deseó una reserva modesta en la manifestación de su fe, para que el creyente ofreciera su homenaje a Dios solamente, en quien creía que le escuchaba y le veía en todas partes.
Más aún, ya que la sabiduría declaró el siguiente precepto, pertenece a la fe y a la modestia apropiada de la fe; no pensar que nosotros podemos acercarnos al Señor con un caudal de palabras, pues estamos seguros de que por su propio acuerdo, Él tiene cuidado de sus criaturas» (Comentario a San Mateo 6,8).
 
2. San Cipriano (205-258)
 
«Ante todo, el Doctor de la paz y Maestro de la unidad no quiso que hiciéramos una oración individual y privada, de modo que cada cual rogara sólo por sí mismo. No decimos: “Padre mío, que estás en los cielos”, ni : “El pan mío dámelo hoy”, ni pedimos el perdón de las ofensas sólo para cada uno de nosotros, ni pedimos para cada uno en particular que no caigamos en la tentación y que nos libre del mal. Nuestra oración es pública y común, y cuando oramos lo hacemos no por uno solo, sino por todo el pueblo, ya que todo el pueblo somos como uno solo» (Tratado sobre el Padrenuestro, cap. 8: CSEL 3, 271).
 
3. San Benito de Nursia (480-547)
 
«Si cuando queremos sugerir algo a hombres poderosos, no osamos hacerlo sino con humildad y reverencia, con cuánta mayor razón se ha de suplicar al Señor Dios de todas las cosas con toda humildad y pura devoción. Y sepamos que seremos escuchados, no por hablar mucho, sino por la pureza de corazón y compunción de lágrimas. Por eso la oración debe ser breve y pura, a no ser que se prolongue por un afecto inspirado por la gracia divina» (Regla de San Benito, 20).
 
4. San Juan Clímaco (575-649)
 
«La oración, como bien expresa su nombre, es diálogo del 
hombre con Dios, unión mística. Según los efectos que la 
caracterizan, es el apoyo del mundo y reconciliación con el Señor; fuente de lágrimas y propiciatoria de nuestros pecados; defensa de la tentación y baluarte ante las contradicciones; victoria en la lucha y empeño de los ángeles; alimento de los seres incorpóreos y alegría en la espera; actividad que no finaliza jamás y fuente de virtud; forjadora de carismas y del progreso espiritual, alimento del alma y luz de la mente» (La escala del Paraíso, escalón XXVIII, nº 188, 190). 
 
5. San Juan Damasceno (675-749)
 
La oración es «la elevación de la mente a Dios». 
 
Oración a la Virgen:
 
Te saludo, oh María,
esperanza de los cristianos.
Acepta la súplica de un pecador que te ama tiernamente, 
que te ama entrañablemente,
te honra y pone en ti toda esperanza de salvación.
Gracias a ti tengo vida.
Me conduces de nuevo a la gracia de tu Hijo
y eres la prenda segura de mi salvación.
Te suplico que me liberes de la carga de mis pecados, 
destruye la oscuridad de mi mente,
destierra las ataduras terrenales de mi corazón, 
reprime las tentaciones de mis enemigos, 
y guía mi vida, 
para que pueda alcanzar por tu medio y bajo tu guía,
a la felicidad eterna del Paraíso.
Así sea.
 
6. San Pedro Damasceno (676-754)
 
«Durante la oración el alma ha de estar libre de toda malicia, sobre todo del rencor, como dice el Señor (Mc 11,25) […] Cuanto más reza uno por los que le calumnian y le acusan, tanto mayor paz recibe en la oración pura y perseverante» La Filocalia, Abadía de Bellefontaine, vol.2, 209).
 
7. San Simeón el Nuevo Teólogo (949-1022)
 
«Tú has herido mi alma, ¡oh, Amor, y mi corazón no puede soportar tus llamas. Avanzo cantándote, ¡oh, Amor!» (Homilía LIII, 2, ed. rusa del monte Athos, II, 7).
 
8. San Bernardo de Claraval (1090-1153)
 
«Que nadie haga poco caso de la oración, ya que el Señor la estima tanto que nos da lo que pedimos o cosa mejor, si comprende que es más útil para nuestra alma».
 
«Hay quienes buscan el conocimiento por el bien del conocimiento; eso es curiosidad. Hay quienes buscan el conocimiento para ser reconocido por los demás; eso es vanidad. Hay quienes  buscan conocimiento para servir; eso es amor».
 
«Gritan los desnudos, los hambrientos se quejan diciendo: decidnos, pontífices, ¿qué hace el oro en las bolsas? ¿Acaso el oro en las bolsas sirven para aplacar el frío o el hambre? Cuando morimos, miserablemente, de hambre o de frío, ¿de qué os valen tantas vestiduras guardadas en grandes armarios o dobladas en las arcas? Lo que desperdiciáis es nuestro; de nosotros sacáis cruelmente lo que superfluamente derrocháis […]
Vuestras caballerías andan adornadas de piedras preciosas y nos dejáis desnudos. Anillos, cadenas, esmaltes, correajes claveteados y cosas parecidas, hermosas por su colorido y preciosas por su peso, adornan las cabezas de vuestras caballerías, pero no tenéis compasión para ceñir la cintura de vuestros hermanos con un pobre cinturón […]
Los pobres solamente dicen esas cosas delante de dios, que entiende el leguaje de los corazones. No se quejan en público contra vosotros, porque se ven obligados a pedir vuestra asistencia para sobrevivir» (Tratado sobre las costumbres y deberes de los obispos 2, 7: PL 182,815s).
 
9. San Francisco de Asís (1181-1226)
 
«Si tú, siervo de Dios, estás preocupado por algo, inmediatamente debes recurrir a la oración y permanecer ante el Señor hasta que te devuelva la alegría de tu salvación».
 
«El Señor me dio de esta manera a mí, el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia; en efecto, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me llevó en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia. Y al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo se me tornó en dulzura del alma y cuerpo; y después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del siglo» (Testamento 1-4).
«Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas. Tú eres fuerte, tú eres grande, tú eres Altísimo, tú eres rey omnipotente, tú, Pasdre santo, rey del cielo y de la tierra. Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses; tú eres el bien, el todo bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero. Tú eres amor, caridad; tú eres sabiduría, tú eres humildad, tú eres paciencia, tú eres belleza, tú eres mansedumbre, tú eres seguridad, tú eres quietud, tú eres gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría, tú eres justicia, tú eres templanza, tú eres toda nuestra riqueza y satisfacción. Tú eres belleza, tú eres mansedumbre; tú eres protector, tú eres custodio y defensor nuestro; tú eres fortaleza, tú eres refrigerio. Tú eres esperanza nuestra, tú eres fe nuestra, tú eres caridad nuestra, tú eres toda dulzura nuestra, tú eres vida eterna nuestra: grande y admirable Señor, Dios omnipotente, misericordioso Salvador» (Alabanzas al Dios Altísimo).
 
10. Santa Clara de Asís (1194-1253)
 
«Pon cada día tu alma ante ese espejo (Cristo) y escruta continuamente tu rostro en él, para poder adornarte de todas las virtudes». 
 
«Mira -te digo- al comienzo de este espejo, la pobreza, pues es colocado en un pesebre y envuelto en pañales […] Y en el centro del espejo considera la humildad […] los múltiples trabajos y penalidades que soportó por la redención del género humano. Y en lo más alto del mismo espejo contempla la inefable caridad: con ella escogió padecer en el leño de la cruz y morir en él con la muerte más infamante» (4 Carta 19-23).
 
«Si sucede, loque el Señor no permita, que entre hermana y hermana se dé en alguna ocasión motivo de perturbación o escándalo, de palabra o por señas, la que ha sido causa de perturbación, de inmediato y antes de que se presente la ofrenda de su oración al Señor, no sólo se prosterne humildemente a los pies de la otra pidiéndole perdón, sino que también ha de rogarle con la misma humildad que pida por ella al Señor para que la perdone. Y la ofendida, acordándose de aquellas palabras del Señor: Si no perdonáis de corazón, tampoco vuestro Padre celestial os perdonará, perdone con generosidad a su hermana toda injuria» (Regla de Santa Clara IX, 23). 
 
11.  San Buenaventura (1221-1274)
 
«Y puesto que a quien ora pertenece apetecer el socorro divino, alegrar la propia insuficiencia y dar gracias por los beneficios gratuitamente concedidos; de ahí que la oración nos dispone para recibir los divinos carismas, y por eso quiere Dios que oremos para concedernos sus dones.
Además, como para que nuestro deseo se levante con eficacia hacia la consecución de los dones divinos, es preciso que nuestro afecto se enfervorice, nuestro pensamiento se recoja, y nuestra esperanza sea firme y cierta, y porque nuestro corazón está frecuentemente tibio, frecuentemente disipado y frecuentemente temeroso por el remordimiento del pecado, sin osar presentarse por sí mismo ante el divino acatamiento, por eso quiso el Señor que oráramos no sólo mentalmente, sino aun vocalmente, para mover el afecto de las palabras y para recoger el pensamiento con el sentido de las mismas» (Antología de textos sobre la oración, Codesal, Apostolado mariano, Sevilla 1992, 48).  
 
12. Santo Tomás de Aquino (1224-1274)
 
«La oración dominical es perfectísima, pues, como dice san Agustín, “si oramos correcta y justamente, no se nos ocurrirá nada distinto de loque ya dice la oración dominical”. Puesto que la oración es un intérprete de nuestro deseo ante Dios, sólo pediremos rectamente lo que rectamente podemos desear. Y en la oración dominical no sólo se piden todas las cosas que rectamente se pueden desear, sino incluso en el orden en que se deben desear. De este modo, es no sólo una regla de nuestras peticiones, sino también una norma de todos nuestros afectos» (Antología de textos sobre la oración, Codesal, Apostolado mariano, Sevilla 1992, 57s). 
 
13. Santa Ángela de Foligno (1248-1309)
 
«Sin la luz de Dios ningún hombre se salva. La luz de Dios hace dar al hombre los primeros pasos y la misma luz lo conduce hasta la cumbre de la perfección.
Si quieres comenzar a poseer esa luz, ora. Si ya comenzaste a perfeccionarte y quieres que esa luz aumente, ora. Si ya llegaste a la cumbre de la perfección y quieres recibir más luz, para poder permanecer en ella, ora. Si quieres la fe, ora. Si quieres la esperanza, ora. Si quieres la mansedumbre, ora. Si quieres la fortaleza, ora. Si deseas alguna virtud, ora. Y ora de esta manera: leyendo en el libro de la Vida, a saber, en la vida del Dios-Hombre Jesús, que fue pobreza, dolor, desprecio y perfecta obediencia.
Cuando hayas entrado por ese camino de perfección, serás molestado de muchas maneras y serás afligido horrendamente por infinitas tribulaciones y tentaciones de parte de los demonios, del mundo y de la carne. Pues bien, si quieres vencer, ora» (El libro de la vida, Misiones Conventuales Franciscanas, Valladolid, 80).
 
14. Santa Catalina de Siena (1347-1380)
 
«No puede el alma llegar a poseer verdaderamente a Dios si no le entrega todo su corazón, sin división de afectos. Y no lo entregará sin la ayuda de una oración humilde en que reconozca bien su propia nada. Debe entregarse a esta clase de oración con toda el alma y muy de veras hasta contraer un hábito. Con la continua oración crecen y se fortalecen las virtudes; sin ella, se debilitan y mueren» (Vida 3ª, 4).
 
« En la oración aprenderá el alma a despojarse de sí y a revestirse de Cristo; gustará la fragancia de la continencia; adquirirá tal fortaleza que no se preocupará de los combates del demonio, de la rebelión de la frágil carne ni de lo que digan las criaturas que quisieran apartarte del santo propósito de la oración. Contra todos serás fuerte, constante y perseverante hasta la muerte. En la oración te enamorarás de los sufrimientos para asemejarte a Cristo crucificado. Allí descubrirás la luz sobrenatural con la que andarás por el camino de la verdad» (Carta 194, a la Señora Tora).
 
15. San Ignacio de Loyola (1491-1556)
 
«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios, y mediante esto salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para el que es criado» (Ejercicios Espirituales 23). 
«Antes de entrar en oración, repose un poco el espíritu, asentándose o paseándose, como mejor le parecerá, considerando a dónde voy y a qué» (Ejercicios Espirituales 239). 
 
16. San Juan de Ávila (1499-1569)
 
«Por oración entendemos una secreta e interior habla con que el ánima se comunica con Dios, ahora sea pensando, ahora pidiendo, ahora haciendo gracias, ahora contemplando, y generalmente por todo aquello que en aquella secreta habla se pasa con Dios» (Audi filia, 2ª redac., cap. 70, 1.7138-7143).
 
«Ora, hermano, pues tanta necesidad tienes y tenemos de orar, ora para comer, ora para ir donde hubieres de ir; no hagas cosa que primero no la encomiendes a Dios, pues va tanto en ello o acertar o errar… Conviene siempre orar y estar siempre delante de Él. Y en cualquier cosa que entiendes que está ya bien enhilada y acabada, no por eso te descuides de llamar al Señor para que venga su ayuda y favor, sin el cual ni se comenzara, ni se mediara, ni tuviera buen fin ese negocio en que entiendes. No penséis que cosa buena podéis hacer sin su consejo, antes sin él en todo erraréis» (Sermón Jueves primera semana de Cuaresma).
 
«Tomaste por medio -Señor- para darnos parte de ti, abrazarte con nosotros y entrar tú mismo en persona en nuestros cuerpos, debajo de especies de mantenimiento esta unión admirable… ¡Oh, pan dulcísimo, digno de ser adorado y deseado, que mantienes el ánima y no el vientre; confortas el corazón del hombre y no le cargas el cuerpo; alegras el espíritu y no embotas el entendimiento; con cuya virtud muere nuestra sensualidad, y la voluntad propia es degollada, para que tenga lugar la voluntad divina y pueda obrar en nosotros sin impedimento! ¡Oh, maravillosa bondad…! ¡Oh, maravilloso poder de Dios, que así puso, debajo de especie de pan, su divinidad y humanidad…! Oh, maravilloso saber de Dios, que tan conveniente y tan saludable medio halló para nuestra salud» (Meditación que nos hizo el Señor en el sacramento de la Eucaristía).
 
«Cuando yo, mi buen Jesús, veo que de tu costado sale ese hierro de esa lanza, esa lanza es una saeta de amor que me traspasa; y de tal manera hiere mi corazón, que no deja en él parte que no penetre. ¿Qué has hecho, Amor dulcísimo? ¿Qué has querido hacer en mi corazón? Viene aquí para curarme y me has herido. Vine a que me enseñases a vivir y me haces loco. ¡Oh dulcísima herida, oh sapientísima locura! Nunca jamás me vea yo sin ti. 
No solamente la cruz, mas la mesma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes inclinada, para oírnos y dar¬nos besos de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofen¬dido; los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies enclavados, para esperarnos y para nunca te poder apartar de nosotros. De manera que mirándote, Señor; todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi cora¬zón. Pues ¿cómo me olvidaré de ti? Si de ti me olvidare, ¡oh buen Jesús!, sea echado en olvido de mi diestra; péguese mi lengua a los paladares si no me acordare de ti y si no te pusiere por principio de mis alegrías. (Tratado del Amor de Dios, n.11).
 
17. Santa Teresa de Jesús (1515-1582)
 
«No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8,2). 
 
«Sin este cimiento fuerte de la oración, todo edificio va falso» (Camino de perfección 4,5).
 
«De los que comienzan a tener oración podemos decir son los que sacan el agua del pozo, que es muy a su trabajo, como tengo dicho, que han de cansarse en recoger los sentidos, que, como están acostumbrados a andar derramados, es harto trabajo. Han menester irse acostumbrando a no se les dar nada de ver ni oír, y aun ponerlo por obra las horas de la oración, sino estar en soledad y, apartados, pensar su vida pasada. Aunque esto primeros y postreros todos lo han de hacer muchas veces, hay más y menos de pensar en esto, como después diré. Al principio aún da pena, que no acaban de entender que se arrepienten de los pecados; y sí hacen, pues se determinan a servir a Dios tan de veras. Han de procurar tratar de la vida de Cristo, y cánsase el entendimiento en esto» (Vida 11,9).
 
18. San Carlos Borromeo (1538-1584)
 
«De todos los medios que el Señor nos dio en el evangelio, el que ocupa el primer lugar es la oración,  y hasta quiso que la oración fuera el sello que distinguiera a la Iglesia de las sectas, pues dijo: "Mi casa será llamada casa de oración"» (Carta pastoral). 
 
19. San Juan de la Cruz  (1542-1591)
 
«El que huye de la oración, huye de todo lo que es bueno» (Dichos de luz, 185).
 
«Eso que pretendes y lo que más deseas, no lo hallarás por esa vía tuya, ni por la alta contemplación, sino en la mucha humildad y rendimiento de corazón» (Avisos, 38).
 
«El estilo que han de tener en esta noche o sequedad es que no se den nada por el discurso o meditación, pues ya no es tiempo de eso, sino que dejen estar el alma en sosiego y quietud, aunque les parezca que por su flojedad no tienen gana de pensar allí nada, que harto harán en tener paciencia y perseverar en la oración sin hacer ellos nada. Sólo lo que aquí han de hacer es dejar el alma libre y desembarazada y descansada de todas las noticias y pensamientos, no teniendo cuidado allí de qué pensarán o meditarán, contentándose sólo con una advertencia amorosa y sosegada en Dios y estar sin cuidado y sin eficacia y sin ganas de gustarle o de sentirle… (1 N 10, 4).
 
 
20. San Francisco de Sales (1567-1622)
 
«Por la oración hablamos a Dios y Dios nos habla a nosotros, aspiramos a Él y respiramos en Él, y Él nos inspira y respira sobre nosotros» (Libro VI, capítulo 1).
 
«No olvidemos la máxima de los santos, que nos advierten de que todos los días debemos pensar en comenzar nuestro avance. Siempre hay que volver a empezar, y hacerlo de buen agrado» (Carta a la señora de Chantal, 1-5-1615). 
 
21. San Alfonso María de Ligorio (1696-1787)
 
«Las almas verdaderamente enamoradas  de Dios, nunca cesan derogar por los pobres pecadores. Y ¿cómo es posible que una persona que ama a Dios, que comprende el amor que Dios tiene a las almas y lo que ha hecho y padecido Jesucristo por su salvación pueda ver con indiferencia a tantos que viven sin Dios, esclavos del infierno, y no se mueva y se afane rogando para que el Señor dé fuerza y luz a aquellos infelices para salir del miserable estado en que viven y duermen perdidos?» (El gran medio de la oración, Perpetuo Socorro, Madrid 1990, 58).
 
«Muchas veces pedimos a Dios que nos libre de alguna peligrosa tentación, y Dios no nos escucha, sino que deja que la tentación nos siga molestando. En esto también procura Dios nuestro mayor bien. No son las tentaciones ni los malos pensamientos los que nos apartan de Dios, sino el consentimiento que damos a estas cosas. Cuando el alma, en medio de la tentación, acude a Dios y con su auxilio resiste, no sólo no pierde sino que avanza mucho en la perfección y se une mucho más con Dios: por eso el Señor no escucha a veces a los que se ven en tales aprietos»   (El gran medio de la oración, Perpetuo Socorro, Madrid 1990, 60).
 
22. San Juan María Vianney (1786-1859)
 
«La oración es para nuestra alma lo que la lluvia para el campo. Abonad un campo cuando os plazca; si falta la lluvia, de nada os servirá cuanto hayáis hecho. Así también, practicad cuantas buenas obras os parezcan bien; si no oráis debidamente y con frecuencia, nunca alcanzaréis vuestra salvación; pues la oración abre los ojos del alma, hácele sentir la magnitud de su miseria, la necesidad de recurrir a Dios y de temer su propia debilidad. El cristiano confía solamente en Dios, nada espera de sí mismo» (Antología de textos sobre la oración, Codesal, Apostolado mariano, Sevilla 1992, 387).  
 
23. Santa Isabel de la Trinidad (1880-1906)
 
«Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente para establecerme en vos, inmóvil y apacible, como si ya mi alma estuviera en la eternidad. Que nada pueda perturbar mi paz, ni hacerme salir de vos, oh Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más aún en el fondo de vuestro misterio. Pacificad mi alma, haced de ella vuestro cielo, vuestra morada amada y el lugar de vuestro reposo. Que no os deje nunca solo, sino que esté allí toda entera, toda despierta en mi fe, toda en adoración, toda entregada a vuestra acción creadora.
 
Oh Cristo mío amado, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón, quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros…, hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia y os pido que me “revistáis de vos mismo”, que identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, que me sumerjáis, que me invadáis, que me reemplacéis, a fin de que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador. Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar la vida escuchándoos, quiero hacerme toda dócil a fin de aprenderlo todo de vos. Luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero fijar mis ojos siempre en vos y permanecer bajo vuestra gran luz; oh mi Astro amado, fascinadme para que no pueda ya salir de vuestros destellos.
 
Oh fuego consumidor, Espíritu de amor, “venid sobre mí”, a fin de que tenga lugar en mi alma como una encarnación del Verbo: que yo sea para él una humanidad complementaria en la que renueve él todo su misterio. Y vos, oh Padre, inclinaos hacia vuestra pobre criatura, “cubridla con vuestra sombra”, no veáis en ella más que al “Amado en el que tenéis puestas todas vuestras complacencias”.
 
Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo, me entrego a vos como una víctima. Sepultaos en mí para que yo me sepulte en vos en espera de ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas» (21 noviembre 1904).
 
24. San Carlos de Foucauld (1858-1916)
 
«Orar es, sobre todo, pensar en el Señor, amándole… Cuanto más se ama más se ora pensar en Dios amándole» (Escritos espirituales, Herder, Barcelona 1996, 141). 
 
«El medio mejor y más sencillo de unirnos al corazón de nuestro Esposo, es hacer, decir y pensar todo con Él y como Él, manteniéndose en su presencia e imitándole. En todo lo que hagamos, digamos, pensemos, decirnos: Jesús me ve, veía este instante durante su vida mortal; ¿cómo actuaba, hablaba, pensaba Él? En una situación semejante, ¿qué haría, diría, pensaría en mi lugar? Mirarle e imitarle. Jesús mismo indicó a sus Apóstoles este método sencillo de unión con Él y de perfección. Es justo la primera cosa que les dijo, a orillas del Jordán, cuando Juan y Andrés fueron a Él: Venid y ved, les dijo. Venid, es decir, seguidme, venid conmigo, seguid mis pasos; imitadme, haced como yo; ved, es decir, miradme, quedaos en mi presencia, contempladme. Presencia de Dios, de Jesús, e imitación de Jesús, toda perfección está allí, es claro como el día que el que hace todo como Jesús es perfecto. Lancémonos, pues, sin reservas a esta divina imitación (más dulce que la miel para el corazón que ama, necesidad hasta violenta para el alma amante, necesidad tanto más imperiosa cuanto más ardiente es el amor) y miremos a este divino Amado (no es ni menos dulce ni menos indispensable al amor). El que ama se pierde y se abisma en la contemplación del ser amado» (Obras Espirituales, San Pablo, Madrid 1998, 162s).
 
«Vos estáis ahí, mi Señor Jesús, ¡en la Sagrada Eucaristía! ¡Vos estáis ahí, a un metro de mí, en el Sagrario! ¡Vuestro cuerpo, vuestra alma, vuestra humanidad, todo vuestro ser está ahí con su doble naturaleza! ¡Qué cerca estáis, Dios mío! » (Obras Espirituales, San Pablo, Madrid 1998, 90).
 
 
25. Santa Teresa de Lisieux (1873-1897)
 
«Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada  lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría» (manuscrit C, 25r: Manuscrists autohiographiques [París 1992], 389s). 
 
«Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección. Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de Sabiduría eterna: El que sea pequeñito, que venga a mí.
Y entonces fui, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el que pequeñito que responda a tu llamada, continué mi búsqueda, y he aquí lo que encontré: Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré.
Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma. ¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más» (Historia de un alma, Monte Carmelo, Burgos 1995, 253).
 
26. San Pío de Pietrelcina (1887-1968)
 
«La oración es la mejor arma que tenemos. Es una llave que abre el corazón de Dios. Debes hablar con Jesús también con el corazón, además de hacerlo con los labios. De hecho, en ciertas contingencias, debes hablarle solo con el corazón».
 
«Sentía dos fuerzas que se enfrentaban en mí, desgarrándome el corazón: el mundo me quería para él, y Dios me llamaba a una nueva vida. Dios mío, ¿cómo describir mi martirio? El solo recuerdo de la lucha que se desarrollaba en mi interior me hiela la sangre en las venas. Quería obedecerte, Dios mío, pero, ¿dónde encontrar la fuerza para resistir a ese mundo que no es el tuyo? Finalmente apareciste y, tendiendo tu mano todopoderosa, me llevaste adonde me habías llamado» (Orar con el Padre Pío, DDB, Bilbao 200415, 11).
 
«En todas las cosas naturales, su primer movimiento es una tendencia hacia su centro. Igual ocurre en las cosas sobrenaturales: el primer movimiento de nuestro corazón es el de tender hacia Dios, que no significa otra cosa que amar su propio bien.
 
El amor no es más que una chispa de Dios en los hombres, la esencia misma de Dios personificada en el Espíritu Santo; nosotros, pobres mortales, deberíamos entregarnos a Dios con toda la capacidad de nuestro amor» (Orar con el Padre Pío, DDB, Bilbao 200415, 12).
 
«Si todos los cristianos vivieran según su vocación, la tierra misma de destierro se cambiaría en un paraíso. Pero se vive como si Dios no existiese, y aquellos que conocen la existencia divina intentan huir de la mirada de Dios, a fin de ahorrarse preocupaciones en la justificación de su conducta extraviada.
 
El hombre es tan soberbio que, teniendo medios y salud, cree ser Dios, incluso superior a Él. Cuando, por cualquier razón, se encuentra ante su nulidad, solamente entonces se acuerda que existe un Ser Supremo.
 
Si queremos cosechar, no es tan necesario sembrar como sembrar en tierra buena y, cuando esta semilla crezca y sea planta, debemos tener cuidado para que no la sofoque la cizaña» (Orar con el Padre Pío, DDB, Bilbao 200415, 13).
 
«Lo que más me hiere es el pensamiento de Jesús sacramentado. El corazón se siente como atraído por una fuerza superior. Tengo tal hambre y sed antes de recibirlo, que poco me falta para morir de preocupación.
 
Me pregunto cómo es posible que haya almas que no sientan quemar en su pecho el fuego divino, especialmente cuando se encuentran delante de Él en el Santísimo Sacramento. Si las almas no se acercan con frecuencia al fuego eucarístico, permanecen frías, sin aliento, tibias, sin méritos. Y ¿qué consuelo puede recibir Jesús de esas almas que no tienen la fuerza de volar sobre todo lo creado? ¡Oh, si las almas conociesen bien y apreciasen el gran don de Dios que se quedó viviente en la tierra, cómo vivirían la vida de otro modo!»  (Orar con el Padre Pío, DDB, Bilbao 200415, 30s).
 
27. Santa Edith Stein (1891-1942)
 
«La “formación libre” o la “formación de sí mismo” no es solamente una formación del cuerpo, sino también -y sobre todo- una formación de la propia alma. El hombre es una persona espiritual, porque está en una posición libre no sólo ante su cuerpo, sino también ante su alma, y lo es en la medida en que tiene dominio sobre su alma, como tiene también dominio sobre su cuerpo. […] Para que esta formación sea una formación libre y no un evento involuntario, como la formación del alma animal por el juego de su desarrollo natural, es necesario que el alma pueda poseer un conocimiento sobre sí misma y que pueda tomar una posición ante sí misma. El alma debe llegar hasta sí misma en dos sentidos: conocerse a sí misma y llegar a ser lo que ella debe ser» (Ser finito y ser eterno, 442s).
 
«Todo lo que comprendemos simbólicamente bajo el nombre de Cruz, todas las cargas y sufrimientos de la vida, pueden considerarse como mensajes de la Cruz, ya que es precisamente por su medio como mejor puede aprenderse con mayor profundidad la ciencia de la Cruz» (Ciencia de la Cruz, 28).
 
«En la vida oculta y silenciosa se realiza la obra de la redención. En el diálogo silencioso del corazón con Dios se modelan las piedras vivas que forman el Reino de Dios; ahí se forjan los instrumentos escogidos para su edificación […]. Una vez alcanzado el grado más alto de la oración mística, el alma no aspira a otra cosa  que no sea entregarse al apostolado al que Dios la ha llamado […]. En los espíritus bienaventurados que han penetrado en la unidad de la vida divina todo es uno: reposo y actividad, contemplación y acción, silencio y palabra, escucha y comunicación, ofrenda amorosa que recibe y amor que prorrumpe en cánticos de gratitud» (La oración de la Iglesia, 3: cf  Obras selectas, 407-409).
 
28. San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975)
 
«¿Santo, sin oración?... —No creo en esa santidad» (Camino, 107).
«Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en "tercer lugar", acción» (Camino, 82).
«La oración es el cimiento del edificio espiritual. —La oración es omnipotente» (Camino, 83).
«Si no eres hombre de oración, no creo en la rectitud de tus intenciones cuando dices que trabajas por Cristo» (Camino, 109).
 
29. San Rafael María Arnáiz Barón (1911-1938)
 
«Cuando hago mi examen y me veo un poco por dentro, veo claramente que no hago más que seguir los dictados del corazón, mis ansias de llenarme de Él, y nada más» (OC, 39,93).
 
«No, no es posible… el amor a Dios no podemos dejarlo quieto… Siempre más… siempre más. No dejar de luchar, aunque nos cueste; ya llegará el día en que verdaderamente tengamos ese amor de quietud… Pero ese día será en el cielo. Mientras tanto, no busquemos tranquilidad… Amemos a Dios siempre más… No nos contentemos con poco; y si un día ardemos… ¿no es eso lo que buscamos? Vamos a seguir a Jesús; vamos a seguir sus pasos… Jesús no descansó…, y aun muero le dieron una lanzada» (OC, 117,562; cf 107,443).
 
«Quisiera volar por el mundo gritando a todos sus moradores… ¡Dios!... ¡Dios!... Sólo Él. ¿Qué buscáis? ¿Qué miráis? Pobre mundo dormido que no conoce las maravillas de Dios…» (OC, 188,988).
 
«Al ver ese mar tan grande pensaba en Dios… y después pensaba: ¡Qué pequeño es el mar!... tiene un límite, una superficie y una profundidad. Dios mío… Dios no tiene límite, y cuando nos hundimos de veras en Él… entonces no vemos nada, le vemos a Él en todo, todo lo es Él» (OC, 99,375; cf 73,253).
 
«Gran consuelo es tener Cruz… no hay mejor paz que la que proporciona el sufrimiento. El que todo lo deja, sufre… el que todo lo deja por Dios, goza sufriendo… Dichoso el que busca la paz en el sacrificio, en el dolor y en la vida penitente. Dichoso el que busca la paz en las llagas de Jesús… esa paz verdadera que sólo se halla en la Cruz y en la batalla de la vida… ¡Si el mundo supiera! Pero el mundo no sabe de cosas de Dios…» (OC, 176,863-865).
 
30. Santa Teresa de Calcuta (1910-1997)
 
« “Quiero ser santa”, significa: yo me despojaré de todo lo que no es Dios; despojaré y vaciaré mi corazón de todas las cosas materiales; viviré en pobreza y el desasimiento. Renunciaré a mi propia voluntad, a mis inclinaciones, a mis caprichos, a mis deseos, y me haré una esclava dedicada a la Voluntad de Dios» (Tú me das Amor, Sal Terrae, Santander 19802, 66). 
 
«Siempre empiezo a rezar en silencio, porque es en el silencio del corazón donde habla Dios. Dios es amigo del silencio: necesitamos escuchar a Dios porque lo que importa no es lo que nosotros le decimos sino lo que Él nos dice y nos transmite» (Camino de sencillez, Planeta, Barcelona 1997, 51).
 
«Intenta sentir la necesidad de rezar a menudo durante el día y acuérdate de hacerlo. La oración agranda el corazón para que pueda contener el don que Dios hace de Sí mismo. Pide y busca, y tu corazón crecerá lo suficiente para recibir y conservar a Dios como algo tuyo» (Camino de sencillez, Planeta, Barcelona 1997, 65).
 

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