Guía espiritual

Guía espiritual

Guía espiritual de la Fraternidad Velad y Orad para ayudar a buscar el camino de la santidad.

1. Lleva a cabo los Estatutos y el Reglamento por amor a Dios

Finalmente, os exhorto a los que aspiráis a formar parte de esta llamada de Dios a vivir, fomentar y mostrar la oración y la espiritualidad como alma de toda misión, y os ruego encarecidamente que deis testimonio de amor a las cosas divinas, a la Santísima Trinidad y a Santa María, nuestra Madre, correspondiendo con la mayor gratitud posible dando gloria a Dios en el amor fraternal y servicio a los hermanos.

Que los Estatutos a los que estamos llamados a hacer vida nos dediquemos fielmente y solícitamente a su observancia regular, para pasar del hombre exterior al hombre interior, buscando a Dios con mayor fervor, para llegar a la perfección en la caridad y alcanzar después la bienaventuranza eterna.

2. El silencio y la soledad

Valora el silencio interior. Dios ha conducido a su siervo a la soledad para hablarle al corazón; pero solo el que escucha en silencio percibe el susurro de la suave brisa que manifiesta al Señor. Nada aprovecha la soledad exterior si no guarda también siempre la soledad interior, aun durante el trabajo.

Los frutos del silencio los conoce quien lo ha experimentado. Aunque al principio nos resulte duro callar, gradualmente, si somos fieles, nuestro mismo silencio irá creando en nosotros una atracción hacia un silencio cada vez mayor que te lleve a saborear las cosas celestiales. Te equivocas si crees que puedes descuidar la Palabra de Dios cada día y abandonarla, sentirás cada vez más la lejanía de Dios y perderás la intimidad con Él que te llenará de sabiduría. Y así, fijándote más en la sustancia del contenido que en el brillo aparente de la expresión, medita los misterios divinos con ese deseo de conocer que nace del amor y lo inflama.

La guarda del silencio y el recogimiento interior requieren una especial vigilancia de parte de los hermanos, que tienen tantas ocasiones de hablar. No podrán ser perfectos en este punto, si no procuran atentamente andar en la presencia de Dios.

Los retiros de la Fraternidad te ofrecen este silencio y esta soledad para saborear las cosas de Dios que no puede ofrecerte el mundo y llenar tu corazón de un inmenso amor, paz y misericordia.

3. La oración del corazón

Mientras trabajas, paseas, descansas, recurre con frecuencia a una breve oración que sale del corazón y repítela una y otra vez hasta que experimentes la Presencia, la cercanía y la intimidad. También puede a veces suceder que el peso del trabajo sirva de ancla que sujete el vaivén de los pensamientos, ayudando con ello al corazón a permanecer fijo en Dios constantemente, sin fatiga mental. El trabajo es un servicio mediante el cual te unes  con Cristo, que «no vino a ser servido sino a servir» (Mt 20,28). Puedes utilizar breves jaculatorias: «Tú en mí, yo en Ti»; «Señor yo te amo, tú eres mi fortaleza»; «Señor Jesús, ten misericordia de mí»; «Señor, tú sabes que te amo»; «Hágase tu voluntad»; …

Elije una jaculatoria que te acompañe, ayúdate de la respiración en ese acto de llenarte de Dios en la inspiración y abandonarte en Él en la espiración.

4. Siempre perseverantes en la oración

Quien persevera firme en su interioridad y desde ella es formado, tiende a que todo el conjunto de su vida se unifique y se convierta en una constante oración, y pasa de «hacer oración» a «vivir en la Presencia». Para ello busca en tu casa un lugar para la oración, «el ángulo de la hermosura» o «el rincón de la belleza», como llaman los orientales al lugar de la oración en la casa. Coloca un icono, la Palabra de Dios, un crucifijo, una imagen o icono de la Virgen, una vela… Pero no podrás entrar en este reposo sin haberte ejercitado en el esfuerzo del duro combate espiritual, ya sea por las austeridades de la vida en las que te mantienes por familiaridad con la cruz, ya por las visitas del Señor mediante las cuales te prueba como oro en el crisol. Así, purificado por la paciencia, consolado y robustecido por la asidua meditación de las Escrituras o contemplación de la misma vida, e introducido en lo profundo de tu corazón por la gracia del Espíritu podrás ya no sólo servir a Dios, sino también unirte a Él.

Ahora bien, cuanto más austera es la senda que recorres y a la que te abrazas, tanto más estrictamente te obliga la pobreza en todas las cosas de nuestro uso. Porque es necesario que sigas el ejemplo de Cristo pobre, si quieres participar de sus riquezas.

Unidos en fraternidad por el amor al Señor, la oración y el celo por la soledad, como Jesús que se apartaba para orar al Padre en silencio y soledad, muéstrate como verdadero discípulo de Cristo, buscando los retiros para crecer “en espíritu y en verdad”, no tanto de palabra cuanto de obra; amaos mutuamente, teniendo los mismos sentimientos de Cristo, «soportándoos y perdonándoos si alguno tiene queja contra otro» (Col 3,13), a fin de que con una misma voz alabemos y demos gloria a Dios. 

5. Unidad de vida entre oración y apostolado

Busca el equilibrio y la armonía entre lucha y contemplación, acción y oración. Necesitas la actividad de Marta, laudable ciertamente, aunque no exento de inquietud y turbación, pero también sentarte junto a los pies del Señor, como María, contemplando en él a Dios, purificando así  tu espíritu, y adentrándote en la oración del corazón, escuchando lo que el Señor te dice en tu interior.  Así podrás  gustar y ver un poquito, como en un espejo y confusamente, cuán bueno es el Señor, mientras ruegas por tu hermana y por todos los que se afanan como ella. Y no olvides las palabras de Jesús: «María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada» (Lc 10,42). De esta manera Jesús la excusó de mezclarse en los cuidados y desasosiegos de Marta, por piadosos que fuesen. Mas esta advertencia requiere una madurez de espíritu y un dominio de sí mismo que sepa aceptar sinceramente todas las consecuencias de esa mejor parte que has elegido, a saber: sentarte a los pies del Señor y escuchar su Palabra.

No obstante, la familiaridad con Dios no estrecha el corazón sino que lo dilata y lo capacita para abarcar en Él los afanes y problemas del mundo, junto con los grandes intereses de la Iglesia, todo hecho oración en tu corazón para que lleves dentro de ti la pasión del mundo y no seas indiferente porque nada es indiferente al Corazón de Dios.

6. La abstinencia y el ayuno

Lo que practicas ya aceptando las penalidades y angustias de esta vida, ya abrazando la pobreza con la libertad de hijos de Dios y renunciando a la propia voluntad es también abstinencia y ayuno. Abstente y ayuna en días concretos como penitencia, sacrificio y dominio de tu cuerpo para elevar tu espíritu y ser solidario compartiendo tus bienes con los más pobres. Ten gestos de generosidad. Muchos pecados son perdonados por la limosna. 

Hacer limosnas con gran generosidad, teniendo en cuenta que cuanto despilfarres o inmoderadamente ahorres es hurtarlo a los pobres y a las necesidades de la Iglesia. Así, conservando este fin común de los bienes, imitemos a los primeros cristianos que no consideraban como propia ninguna cosa, sino que todas las tenían en común: «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común» (He 4,32).

7. Vive de la confianza en Dios

Si en algún caso, o durante una temporada, sintieras que una de las observancias de los Estatutos o del Reglamento no está a tu alcance por circunstancias de la vida vívelo con paz y háblalo con el asistente Eclesiástico o con el Consejo de Gobierno. Pero, teniendo siempre presente la llamada de Cristo, indaga lo que está aún dentro de tus posibilidades, y lo que no puedes dar al Señor por la observancia común, súplelo de otro modo, negándote a ti mismo y llevando tu cruz de cada día. Pasa del miedo a la confianza, deja que Dios lleve tu vida.

8. La obediencia unida a la humildad del que sirve

Respecto a los hermanos, así como el Asistente Eclesiástico que vela junto con el Consejo de Gobierno por el espíritu de la Fraternidad, se vive de obediencia, que es obediencia a Dios, respecto a sus ayudantes, se ejerce la autoridad con espíritu de servicio, de suerte que se manifieste la caridad con que Dios nos ama. Siempre escuchando, consultando, en diálogo con lo que llevan más tiempo y conocen bien el camino que se ha recorrido. Así todos cooperan en el cumplimiento del deber con una obediencia activa y llena de amor.

Esforcémonos con toda energía en estabilizar en Dios nuestros pensamientos y afectos, con sencillez de corazón y castidad de mente. Cada uno, olvidado de sí mismo y del camino dejado atrás, corra hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios lo llama desde lo alto en Cristo Jesús. Hoy día hay que evitar sobremanera conformarse al mundo presente. Porque el buscar demasiado y abrazar con facilidad las cosas que miran a la comodidad de la vida, contradicen totalmente a nuestro estado, especialmente porque una novedad llama a otra. La entrega no busca su confort sino el dar la vida al estilo de Jesús desde tu condición de creyente y discípulo del Señor.

9. El trabajo desde Dios y con Dios

Toda tu actividad nazca siempre de la fuente interior, a ejemplo de Cristo, que siempre actúa con el Padre, de modo que el mismo Padre haga las obras permaneciendo en él. Así seguirás a Cristo en su vida humilde y oculta de Nazaret, tanto cuando oras a Dios en lo secreto, como cuando trabajas en su Presencia y evangelizas con el testimonio de tu vida.

En el sudor y en la fatiga del trabajo de cada día se halla una partícula de la cruz de Cristo, por donde, a la luz de su Resurrección, te haces partícipe de los nuevos cielos y de la nueva tierra.

10. Nunca la murmuración

No debes dejar que tu espíritu que participa de la santidad de Dios se derrame por el mundo, andando a la búsqueda de noticias hirientes, rumores, murmuraciones, críticas destructivas. Por el contrario, tu amor es permanecer oculto en el secreto del rostro de Dios, denunciando lo contrario a la voluntad de Dios y dando testimonio, siendo resplandor de Dios con tu vida sencilla y humilde, pero llena de gracia y del amor de Cristo que habita en tu corazón.

Sin embargo, la verdadera solicitud por los hombres debe nacer, no de la curiosidad sino de la íntima comunión con Cristo. Cada cual, escuchando interiormente al Espíritu, vea qué es lo que puede admitir en su mente sin que sufra menoscabo su diálogo con Dios.

La devoción al Espíritu que habita en nosotros y la caridad fraterna piden que los hermanos cuenten y midan sus palabras cuando les está permitido hablar. Es de creer que un coloquio largo e inútilmente prolongado contrista más al Espíritu Santo y disipa más que pocas palabras, incluso ilícitas, pero en seguida interrumpidas. Frecuentemente, la conversación que comienza siendo útil, degenera pronto en inútil, para terminar siendo reprensible.

Mas «quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4,20). Dado que el fraterno diálogo entre los hombres no se hace perfecto sino a través del mutuo respeto de las personas, ciertamente nos compete en grado máximo a nosotros, que moramos en la Casa de Dios, la Iglesia, dar testimonio de la caridad que de Dios procede, cuando recibimos amablemente a los hermanos de la fraternidad o a los que llegan a los retiros, y nos preocupamos por abrazar con mente y corazón el carácter y los modales de ellos, por más distintos que sean de los nuestros. Porque las enemistades, las disputas y otras cosas semejantes, nacen generalmente del desprecio de los demás. Evitemos todo lo que pueda perjudicar al bien de la paz; sobre todo, no hablemos mal de nuestro hermano.

11. Vida litúrgica, oración comunitaria y personal

Puesto que el Señor nos ha llamado para que representemos ante él a toda criatura, es necesario que intercedamos por todos: por nuestros hermanos, familiares y bienhechores, y por todos los vivos y difuntos.
Oremos por nuestros amigos y familiares difuntos, y por los difuntos de la Fraternidad que conocimos o no conocimos. Toda nuestra vida se convierte en una especie de Liturgia, que en ciertos tiempos se hace más patente, ya sea que ofrezcamos oraciones en nombre y según los ritos de la Iglesia, o bien que sigamos los impulsos del propio corazón. 

La Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Nuestros labios pronuncian la plegaria de la Iglesia universal, pues la oración de Cristo es única, y por medio de la sagrada Liturgia se hace extensiva a cada uno de sus miembros.
 
El Oficio divino, dondequiera que se rece, se ha de guardar cuidadosamente reverencia y dignidad, por ser en todo lugar una misma la Majestad y Divinidad de Aquel en cuya presencia hablamos, y que nos mira y atiende. Cuidemos el canto, con su letra y su música, aportando cada uno lo mejor de nosotros.

La oración comunitaria que hacemos nuestra por la celebración litúrgica, se prolonga en la oración solitaria con la que ofrecemos a Dios un íntimo sacrificio de alabanza que está por encima de toda ponderación. 

12. La vida eucarística

Sea la Fraternidad un signo vivo del amor del Padre celestial, y unidos en Cristo seamos familia de Dios, y tu casa sea una iglesia en espíritu y cuando celebres el Sacrificio Eucarístico, sea un signo eficaz de unidad. Sea también el centro y la cima de tu vida, y además viático espiritual de nuestro Éxodo por esta tierra, por donde en tu soledad vas retornando por Cristo al Padre. Asimismo, en todo el curso de la Liturgia, Cristo como nuestro Sacerdote ora por nosotros, y como Cabeza nuestra ora en nosotros, de modo que en él podemos reconocer nuestras voces, y en nosotros la suya.

Alimenta la devoción interna con la salmodia y el amor a la Palabra de Dios y dedica tiempo a la oración callada del corazón sin hastío ni cansancio.

13. Anhelando la Misericordia Divina

En el sacramento de la Penitencia el Padre de las Misericordias, por el misterio pascual de su Hijo, nos reconcilia en el Espíritu consigo, con la Iglesia y con nosotros mismos. Recomiendo, pues, a todos que frecuenten este sacramento por el cual la conversión del corazón se inserta en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Quien experimenta la misericordia de Dios puede ser misericordioso con los demás: «Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es  misericordioso» (Lc 6,36).

14. Sensibles y atentos a los que enferman o van envejeciendo

Muestra un cuidado especial con los enfermos, tentados y afligidos, sabiendo por experiencia cuán dura puede resultarnos a veces la soledad. La enfermedad o la vejez nos sugieren un nuevo acto de fe en el Padre, que por medio de estas penalidades nos configura más estrictamente con Cristo. Asociados así de modo especial a la obra de la Redención, nos unimos más íntimamente a todo el Cuerpo Místico. 

En todas estas cosas, entreguémonos con docilidad de alma a la voluntad de Dios, y recordemos que la prueba de la enfermedad nos prepara para el gozo eterno, sintiendo con el salmista: «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor» (Sal 122,1).

15. Estar unidos y en comunión

El camino hacia Dios es fácil, pues se avanza por él no cargándose de cosas, sino desprendiéndose de ellas. Despojémonos hasta tal punto que, habiéndolo dejado todo y a nosotros mismos, tendiendo hacia el estilo de vida de la Iglesia primitiva que compartían todo y tenían un solo corazón y una sola alma. Por eso comparte tus bienes y tus dones, no todos servimos para lo mismo, pero sacando lo mejor de ti mismo entrégate a los demás. Si realmente estamos unidos a Dios, no nos encerramos en nosotros mismos, sino que, por el contrario, nuestra mente se abre y nuestro corazón se dilata, de tal forma que pueda abarcar al universo entero y el misterio salvador de Cristo.

 

 

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