La fraternidad, corazón de la comunidad cristiana

La fraternidad, corazón de la comunidad cristiana

La Fraternidad «Velad y Orad» busca avanzar, crecer, madurar, en el espíritu de Cristo que nos llama a ser hermanos de verdad, en él, con él, y para él: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,21). La Palabra de Dios, el Evangelio, es para hacerlo vida, ahí encontramos la verdadera vida, ahí nos sentimos verdaderos hermanos con la misión permanente de estar vigilantes como el centinela que está atento a lo que Dios quiere y desea para hacer su voluntad, ayudados de la oración constante. Esta es la Fraternidad del Reino que ora y ama. Sin oración y sin amor la fraternidad se diluye, deja de ser a lo que está llamada a ser:  «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,34-35).

Cuando ha aparecido en la Iglesia el deseo de retorno a la vida comunitaria de la Iglesia primitiva ha aparecido junto al deseo de renovación, y es que el ideal de vida comunitaria descrita por Lucas en los Hechos de los apóstoles se ha convertido en memoria crítica de la vida de la Iglesia en cada época de su historia:

«Se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones.  Pero el temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y signos.
Todos los creyentes estaban de acuerdo y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno.
Acudían diariamente al Templo con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y gozando de la simpatía de todo el pueblo. Por lo demás, el Señor agregaba al grupo a los que cada día se iban salvando»  (He 2,42-47).

«La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían ellos en común.
Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran poder. Y gozaban todos de gran simpatía.
No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de las ventas,  y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad»  (He 4,32-35).

El deseo de Jesús, nuestro Señor, fue formar una fraternidad, una comunidad de hermanos.  Esto fue lo que hizo con sus discípulos: una fraternidad que llegara a extenderse por toda la tierra hasta convertir a toda la humanidad en una gran fraternidad universal que viviese con él, por él y en él (cf Gál 2 y 3).  Fundamental en la enseñanza de Jesús a sus discípulos es llamar a Dios «Padre nuestro», y a relacionarse entre sí con amor mutuo de verdaderos hermanos, deseo de nuestra «Fraternidad Velad y Orad».  Esto que está en el corazón de Jesús es para transmitirlo a todo discípulo, por eso el grupo de los creyentes en Jesús de Nazaret o es comunidad fraterna o es radicalmente infiel al mandato del Maestro.

Por consiguiente sería un contrasentido el que en nombre de algún servicio o carisma, que se ha de atribuir al Espíritu Santo, se rompiese la comunión fraternal de los discípulos de Jesús. La comunión fraternal es algo verdaderamente sagrado en el Reino de Dios.  Romper la comunión fraterna, es romper esta fraternidad con Cristo y por tanto, es destruir el Reino de Dios. De ahí nuestra vigilancia para sentir según el corazón de Cristo.

Para poder formar parte de la fraternidad de los seguidores de Jesús, es preciso comulgar con sus mismos sentimientos, participando en estas dos actitudes fundamentales:


-    Hacerse servidor de todos al estilo de Jesús, que no vino a ser servido, sino a servir (Mt 20,28).
-    La igualdad fraterna ante Dios, que es el único Maestro y Padre de todos (Mt 23,9-10). Porque Dios es el único Ser que puede amar a todos sin distinción. No somos iguales, sino hermanos, somos diferentes como hermanos ante el Padre amoroso que ama a cada uno sin límites según lo requiere, a todos colma el vaso del amor.

Jesús de Nazaret enseña a los doce, y nos enseña a todos nosotros, que la vida en fraternidad en torno a él implica espíritu de sacrificio, hasta dar la vida por aquél a quien se ama: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15,13); exige también una gran capacidad de perdón recíproco (Mt 10,21) y de corrección fraterna (Mt 18,15-17).

Dentro de esta llamada a la Fraternidad Universal o Fraternidad Eclesial, somos una pequeña Fraternidad, una pequeña Asociación , fermento en la masa, que queremos ser uno en la misión de vivir y extender la espiritualidad cristiana que tiene como fuente la oración, lugar y espacio de discernimiento espiritual.
 
Después de la muerte y resurrección del Señor, el encuentro con Jesús solamente se podrá realizar a través de los hermanos y del encuentro con la Palabra y la Eucaristía, las revelaciones, las teofanías, la oración, y su Madre, la Virgen María:


-    En cuanto individuos, porque en ellos se hace presente el Señor: «lo que hicisteis a uno de estos mis más pequeños hermanos, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).
-    En cuanto comunidad: «porque donde haya dos o tres reunidos en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos» (Mt 18,20).
-    Los discípulos de Emaús nos indican que para encontrarse con Jesús resucitado es necesaria la escucha de la Palabra y alimentarse del Cuerpo de Cristo, y esto les llevará a comunicarlo a los hermanos. El encuentro no les deja indiferentes: «Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: “Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan» (Lc 24,30-35). 
-    La comunión de los santos. El encuentro con nuestros hermanos los santos como anticipo del Reino en plenitud. La Iglesia Peregrina se une con la Iglesia del Cielo. Los hermanos que continuamos santificándonos en esta tierra vivimos unidos a los santos del Cielo.

Para encontrarnos con el Señor no podemos prescindir de la fraternidad,  esto sería fruto del pecado y no de la gracia. El encuentro con el Señor es encuentro fraternal, pues es en el hermano donde Jesús quiere ser reconocido. Es éste uno de los misterios al que está llamado a vivir el discípulo de Jesús. Por eso es imposible que quienes rechazan al pobre y rechazan la comunidad se puedan encontrar con el Señor. Quien rechaza la creación más amada de Dios, el ser humano, está rechazando su obra y por tanto a Él. A lo que más llegan es a un “intimismo” que es infecundo, a un “angelicalismo” donde uno se hace el Evangelio a su medida sin implicación en el compromiso con el hermano.

Fue la experiencia pascual, la fe en el Señor resucitado, la que reagrupó a los discípulos dando así lugar al nacimiento de la nueva comunidad de los hijos de Dios que es la Iglesia, donde reconocían la presencia del Señor en el pobre y en la comunidad de hermanos. Y nosotros somos hermanos queridos por el Señor para una misión específica: ser hermanos que oran y enseñan a orar; ser hermanos que viven el encuentro con Cristo y llevan a los otros al encuentro con Cristo; hermanos que se dejan llevar por el Espíritu Santo y muestran caminos de espiritualidad.

El ideal comunitario descrito por Lucas en los Hechos de los apóstoles pertenece a la organización de las comunidades judeocristianas:


-    Comunidad de fe y de esperanza, que implicará también una oración común.
-    Unión en el espíritu o unanimidad en la búsqueda de un mismo ideal.
-    Compartir los bienes, a fin de que se reparta a cada uno según su necesi¬dad. Y compartir los dones, para riqueza de la Fraternidad y el bien de los demás. 
-    Fidelidad a la fracción del pan o celebración de la Eucaristía.
-    Obediencia a la palabra de los doce y a Pedro como pastor de los doce. La obediencia va unida a la humildad para conseguir un bien mayor, y esta humildad tiene su punto culminante en la humillación. A las palabras de María «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), corresponden  las palabras y «a ti una espada te atravesará el alma» (Lc 2,35), humildad, obediencia y humillación ante el dolor de Cristo crucificado donde María se mantiene en pie. Todo para un bien mayor.


Que la comunidad de creyentes no tenía sino un solo corazón (cf  He 4,32) quiere decir que vivían movidos por un mismo amor, amor que crea comunión entre los hermanos: «...que todos sean uno.  Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21). Este misterio de comunión es el que desarrolla la fraternidad de los seguidores de Jesús.  Comunidad que es en el mundo como una piedra preciosa con destellos de luz:


-    Comunión de fe.  Comunión que es algo más que la concordia en el modo de pensar. Una fe formada, alimentada, interiorizada, vivida y transmitida.
-    Comunión sacramental como participación en el sacrificio eucarístico. La verdadera comunión con Cristo lleva a la comunión con los hermanos, si hay intimidad con Cristo hay intimidad con los hermanos. El Señor no quiere entre los suyos relaciones superficiales, sino relaciones con lazos espirituales de amistad, «vomitaré a los tibios» (Ap 3,16) nos dice el libro del Apocalipsis.
-    Comunión de servicios, donde los dones recibidos del Espíritu Santo se ponen al servicio de los demás. Para ello cultivar los carismas que son siempre don y tarea para servicio de los hermanos y gloria de Dios. Sin buscar destacar, sin protagonismos, todo realizado desde el servicio humilde.
-    Comunión de bienes que implica la práctica de la caridad fraterna. Compartir con los más pobres, además de ser una muestra de inteligencia creyente  puesto que el avance de la sociedad redunda en la sociedad mejor, es una exigencia del evangelio: «Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, fui forastero y me recibiste, estaba desnudo y vestiste…» (Mt 25,35).
-    Comunión universal con todas las comunidades cristianas y comunión con los otros, aunque los otros no estén en comunión. 

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